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Hubo una época, y de ello no hace mucho, en que los hombres se movían dentro de esquemas deterministas; llamémosles esquemas cotidianos. Estos esquemas coloreaban su conducta y su manera de ver, tanto lo que hacían como lo que sentían. Entonces —y esto tenía que suceder tarde o temprano— algunos individuos perspicaces, con antenas sumamente delicadas -poetas, pintores, filósofos, científicos la mayoría de ellos- saltaron de estos cauces y le quitaron a la realidad esa pátina determinista que la cubría. Vieron cosas maravillosas y nos hablaron de ellas.

MORALES, José ~ La disolución de la estancia

Una de las cualidades más olvidadas y menos valoradas de la arquitectura es precisamente aquella capacidad de generar necesidades, algo que sin embargo acostumbramos a presenciar en nuestro día a día y que ha sido aprovechado nocivamente por otros campos más relacionados, si cabe, con la publicidad.

Asumiendo que la sentencia anterior es inabarcable por compleja y movediza preferimos abordar esta entrada desde la inocencia que garantiza la imprecisión de lo exclusivamente teórico. Es decir, asumir la condición antropológica y/o social del proceso creativo que supone el ejercicio de arquitectura y pensar que se trata de algo reversible, transitable en ambos sentidos.

Ya que históricamente el hecho de que las dificultades entre dos grupos cualesquiera ha estado protagonizado por la circunstancia coyuntural de que aquellos que tenían la solución eran justamente los que no tenían el problema, nos gustaría pensar que una actitud pertinente para intentar mejorar el mundo en que vivimos sería la de plantear posibles soluciones sin ni siquiera existir, aún, el problema.

Algo de esto, que tiene mucho de utopía y por tanto de caminar más que de llegar, se contaba de mano de la plataforma de trabajo en red Zoohaus en la VIII Bienal Iberoamericana de Arquitectura y Urbanismo celebrada en Cádiz. Ellos compartían la anécdota de que nada más acabar de construir en Palomino, Colombia, su Oficina de Deportes (podemos imaginar que en un principio el proyecto tenía otro nombre o incluso carecía de él) un grupo de chicas se acercó al encuentro del responsable del equipo infantil de fútbol para compartir su propósito de formar un equipo femenino y exigir que se les escuchara.

A pesar de que, por parte de las jugadoras, el deseo de reclamar sus derechos hubiese estado siempre latente entre ellas, este suceso en concreto no tuvo ocasión de ocurrir antes ya que hasta el momento de la construcción no había dónde buscar al entrenador. Tampoco existía un soporte físico donde sentarse a hablar y negociar o un cobijo en el que almacenar y garantizar que perdurara la documentación necesaria para poder organizar los distintos eventos; una documentación que, por otro lado y puestos a imaginar, podemos pensar que no fue creada hasta el momento en el que se tuvo la posibilidad de garantizar su existencia.

El hecho de cubrir con hoja de palma un sitio, construyó un lugar precisamente por desprenderse de este simple gesto un ardid de características, a priori, imprevisibles. Acondicionar este enclave supuso generar horarios y por tanto encuentros, una espoleta burocrática que, como apuntábamos antes, surgió sin previsión al proponer una solución a un problema intangible de antemano.

El proyecto se convierte a veces en una especie de catalizador de comportamientos, una manera de incidir en las costumbres de las personas que harán uso de él. Muchos sospechan que el fracaso del movimiento moderno radicara fundamentalmente aquí: en malinterpretar o abusar de la condición ineludible que supone poder cambiar el modo de vivir de la gente.

El tema, por peliagudo, lo dejamos escapar deliberadamente para darle alcance más adelante y por partes; no sin antes apuntar uno de las posibles puntos de tangencia que comparten la imagen, la cita y el cuerpo de texto y que toma forma a modo de sospecha: y es que puede que la arquitectura en último término sólo sirva para sugerir.