Participar (I)

Oficina de la firma de Ralph Erskine en Byker, Newcastle, 1979

Todo edificio es una predicción y todas las predicciones son erróneas.

BRAND, Stewart ~ How Buildings Learn

Cuando en 1969 el arquitecto Philippe Boudon escribió su ensayo Pessac de Le Corbusier (traducido al inglés en 1972 como Lived-in Architecture: Le Corbusier’s Pessac Revisited), dio sustento metodológico a algo que ya flotaba en la profesión desde hacía al menos una década: que el tiempo de imponer una utopía arquitectónica racionalista a través de la vivienda social había pasado (1972, recordemos, es el año en que se demolió Pruitt Igoe). En su libro, Boudon relataba los encuentros con técnicos y habitantes de los Quartiers Modernes Frugès, construidos a mediados de los años 1920 por Le Corbusier a las afueras de Burdeos, proyecto de cuyo devenir se lamentaba el propio arquitecto, ya que los edificios habían sido radicalmente transformados por sus usuarios, ajenos en su mayoría a las supuestas bondades de una arquitectura moderna que se les presentaba en forma de cajas de zapatos. De modo que entre Arquitectura y Revolución, las conservadoras clases del mediodía francés, como no podía ser de otra forma, eligieron arquitectura, pero su arquitectura, llenándolo todo de molduras, ventanas pequeñas, tabiques, tejados y demás parafernalia. A tamaña herejía, sin embargo, años después Le Corbusier se referiría en términos sorprendentemente humildes:

La vida siempre tiene razón, el arquitecto es quien se equivoca.

Pessac, antes y después

Boudon no fue demasiado duro con él en su estudio, y es que al fin y al cabo en 1969 llevaba sólo cuatro años muerto; de hecho, destaca de las viviendas un hecho clave, y es que las ricas transformaciones graduales de los interiores habían sido posibles principalmente porque el proyecto tenía implícita una gran versatilidad, y habrían sido mucho más violentas en otro tipo edificatorio. El resultado ciertamente no está exento de un extraño atractivo, proveniente del hecho de que no es ni una creación artificial pura, ni un hecho vernáculo autoconstruido. Se encuentra en lo que llamamos, en relación con otras experiencias que pasamos a desgranar, en un grado 0 de la participación: no está contemplada como arma de proyecto, pero su actuación como fuerza creadora es imparable desde el momento en que se entra a habitar las viviendas.

Esta aparente necesidad natural de construirse (o reinventarse) uno su propio espacio vital, como modo de establecer lazos con el lugar, impulsó a lo largo de los años 1960 y 1970 una oleada de proyectos participativos en los que dar a los futuros usuarios capacidad de decidir sobre el resultado final que iban a habitar. Ya hemos hablado aquí de la iniciativa de N. J. Habraken y su libro de 1962 Soportes, precursor del movimiento Open Building que desde el ejemplo inicial de Molenvliet, Papendrecht, en 1974, cuenta con numerosas realizaciones en estas últimas cuatro décadas y goza de buena salud al menos como sustrato teórico para todo tipo de iniciativas de vivienda colectiva. Otra postura, esta radicalmente amoderna, era la que había adoptado Hassan Fathy para reubicar a los habitantes del pueblo de Gourna en Egipto entre 1946 y 1952. En lugar de construir cajas de vidrio u hormigón estilo suburbio parisino, Fathy contó con la colaboración de los habitantes para diseñar, en un lenguaje descaradamente vernáculo, viviendas con un funcionamiento climático envidiable decenas de años antes de que la sostenibilidad apareciera en el vocabulario de la profesión.

[Hoy, paradójicamente, el conjunto protegido por la UNESCO debido a su avanzado deterioro por falta de mantenimiento, corre alto riesgo de desaparecer sustituido por edificios como los que Fathy no quiso construir hace setenta años.]

Hassan Fathy, Nueva Gourna, 1946-52

Algún tiempo después, entre 1968 y 1969, se celebró un concurso internacional de viviendas sociales en Lima, Perú (PREVI), auspiciado por el Banco de la Vivienda de este país y el Programa de las Naciones Unidas para el desarrollo. El acontecimiento ha pasado a la historia por el carácter experimental del asunto (se exigía el uso de materiales prefabricados y de bajo coste, así como la apertura de una asesoría para coordinar la participación ciudadana de cara a la definición de los diseños, algo que —oh sorpresa— nunca ocurrió), así como por la salomónica decisión del jurado, el cual decidió llevar a cabo las 24 propuestas presentadas que, construidas entre 1969 y 1973, conformaban un curioso crisol del momento arquitectónico. Lo cierto es que al barrio PREVI podría muy bien llamársele Pessac Revisited 2: With a Vengeance, ya que aunque es cierto que en muchas de las propuestas se preveían las futuras ampliaciones como algo natural en el sistema constructivo (al fin y al cabo, tanto las dimensiones como los servicios que ofrecían las viviendas entregadas eran bastante precarios), algunas de ellas se han demostrado realmente malas para adaptarse a las inevitables modificaciones de los usuarios. Las de Aldo van Eyck, por ejemplo, presentaban una arriesgada propuesta espacial dejando la cocina siempre en medio de todas las circulaciones de la casa, circunstancia que muchos de los inquilinos alteraron en cuanto tuvieron poder económico para ello. Un problema generalizado en los diversos modelos, salvo quizá el de James Stirling entre otros, fue que la ocupación de los patios supuso dejar sin luz natural un buen número de estancias. Esto, unido a la inexistencia de un organismo como la pretendida asesoría ciudadana que proporcionara directrices de diseño para las actuaciones, ha generado un paisaje tremendo en cuanto a provisionalidad y total falta de criterio urbanístico y estético, que es realmente un milagro que haya prosperado, en algunas zonas, hasta convertirse en animado centro peatonal y comercial.

Extraído del libro ¡El tiempo construye! El PREVI Lima

En esta dirección llegamos a la experiencia de Ralph Erskine en Byker, Newcastle-upon-Tyne. Bajo el lema «Byker para la gente de Byker», el gobierno conservador de la ciudad decidió encargar en 1968 al arquitecto inglés (que había desarrollado prácticamente toda su trayectoria en Suecia) el diseño de nuevos alojamientos para la población minera que hasta entonces había vivido en casas en hilera de finales del s. XIX o principios del XX. Erskine era un personaje pintoresco, mitad cuáquero mitad socialista, con un cargamento inagotable de ideas siempre sorprendentes —los que trabajaban en su estudio contaban que muchas veces, abrumados por sus continuas ocurrencias aun estando avanzados los proyectos, aprovechaban para terminarlos mientras él se encontraba fuera—, que creía en el valor de los procesos de participación para mejorar las condiciones de vida de la sociedad.

Erskine en Svappavaara

Escarmentado por anteriores experiencias en la construcción de asentamientos en el Ártico, en que los poderes locales habían recortado o reemplazado a su gusto los materiales y servicios previstos, dejando los proyectos descabezados, Erskine decidió abrir de inmediato una oficina local en Byker, precisamente en una antigua funeraria, para ejercer un control directo sobre la marcha de las obras y tener siempre a mano la opinión del barrio. Lo cierto es que The Architect’s Shop, como llamaron a este edificio con un globo pintado en la fachada al que se practicó una pequeña extensión, acabó por convertirse en poco menos que un centro social al que la gente acudía para planificar su futuro y realizar actividades comunes, hasta un nivel insospechado por los propios arquitectos. Ya fuera de forma voluntaria o imprevista, con el acto de establecerse allí Erskine puso el inmueble en la corta lista de los que se salvaron de la demolición, dándole de forma espontánea un carácter de antigüedad y monumentalidad del que el resto del barrio carecía en un principio; como resultado, aun permaneciendo vacío durante algunos años al irse los arquitectos, en 1987 los vecinos lo habilitaron para servicios de la comunidad. Los resultados de Byker pueden ser más o menos discutibles formal o socialmente, y se han escrito sesudos informes sobre el Modelo Byker, el famoso Muro y el vecindario interior, que sin duda cambió de carácter tras la reforma; pero no debe olvidarse su destacada posición en la línea de proyecto que venimos registrando en este artículo y pretendemos abordar hasta sus epígonos más recientes.

Individualidad

Repetición

Debemos crear el estado de ánimo de la producción en serie; el estado de ánimo de la producción en serie de casas; el estado de ánimo de habitar en casas producidas en serie; el estado de ánimo de concebir casas en serie.

LE CORBUSIER ~ Estética del ingeniero, arquitectura

Jeanneret sabía bien lo que se traía entre manos cuando escribía estas palabras allá por 1923. Dentro de la gran operación de propaganda más o menos bienintencionada que fue en cierto modo el movimiento moderno, uno de los caballos de batalla fue siempre la vivienda social, esto es, condiciones de vivienda digna —soleamiento, ventilación, cualificación del espacio interior— contra la ciudad existente, que aparecía siempre en las comparativas como hiperdensificada, antihigiénica o directamente inhumana (ejemplo didáctico es Can our cities survive?, de J. L. Sert). El sentido común parecía dictar, con las posibilidades tecnológicas del momento, el empleo de materiales de fabricación industrial en serie como modo de abaratar los costes y hacer accesible la nueva arquitectura de la vivienda a todas las capas de la población. La ecuación era, más o menos, reducción de costes equivale a piezas iguales fabricadas en serie que equivale a casas iguales. De ahí la necesidad de concienciar al grueso de la sociedad, que no podía creer —y sigue en general incrédula unos noventa años después— que algo tan feo pudiera construirse y venderse como el no va más en calidad de vida.

La crítica exclusivamente estética del movimiento moderno y sus realizaciones es, aparte de simplista y tendenciosa, errónea en su raíz, ya que la nueva arquitectura propugnaba la superación del modelo burgués de belleza subjetiva basada en la ostentación y directamente proporcional al número de elementos innecesarios presentes en la vivienda. Una crítica medianamente seria en el plano estético —algo que por otra parte debería ser mucho más corriente en arquitectura que lo que por desgracia es— tendría que desgranar este principio y ver cuánto hay de apropiado en él y en la fenomenología que ha dado en generar en todos estos años. No obstante, por ahora dejaremos este aspecto para otra ocasión y, tocando algunos puntos clave, intentaremos centrarnos en cuánto de correcto o erróneo tiene la ecuación antes presentada a nivel del individuo consumidor de vivienda y la satisfacción de sus aspiraciones.

La vivienda como máquina de habitar, perfectamente pensada para la satisfacción de un usuario entendido como programa, como lista de funciones vitales individualizables (doce exactamente, decía Hannes Meyer: vida sexual, dormir, higiene personal, cocina, etc.), se encuentra en un extremo de las formas de vida, un extremo que a nadie se le había ocurrido poner en la base de la proyectación de viviendas en masa hasta principios del siglo veinte y por tanto un verdadero experimento social del que pocos usuarios han salido satisfechos. ¿Por qué? ¿Por qué una casa impecable en cuanto a funcionamiento, que venía a mejorar de forma notable las condiciones de vida ha sido recibida de forma tan tibia por la sociedad? La mayor de las objecciones podría ser ver qué hay de propio en una casa proyectada como una máquina. ¿Dónde cuelgo mis cuadros? ¿Dónde pongo mis muebles? —Porque los muebles modernos no hay quien los compre, son caros e incómodos, de donde ostentosos y burgueses (el cazador cazado)—. En un bloque de viviendas como el de la imagen, ¿dónde estoy yo? La tendencia individualista del hombre está deliberadamente omitida en esta arquitectura, sacrificada en pro de la utopía social. Lo cual no sería tan terrible si no fuera porque los inquilinos de muchas de estas viviendas han demostrado poco de sociales, generando formas de conflictividad antes desconocidas. Para Le Corbusier la humanidad era mercancía apilada en módulos industriales estandarizados: limpia, impersonal y buena. Pero las personas son cálidas, afectuosas, cargantes y malas.

En el otro extremo se encontraría entonces la autoconstrucción, la persona que edifica su propia casa o la de su familia determinando todos los aspectos del diseño en mayor o menor modo, generalmente con ayuda de otros en aspectos meramente técnicos. Architecture without architects. La arquitectura de nuestros abuelos, sus padres y los padres de sus padres. Una alternativa mucho más válida de lo que podría parecer, con bastantes problemas a nivel de organización y probablemente obsoleta en muchas situaciones urbanas, pero que sin embargo genera un nivel de confort vital envidiable, ya que la identificación del usuario con su vivienda es mucho más fuerte.

En el término medio está la virtud: eso debió pensar N. J. Habraken cuando en 1962 escribió Soportes. Una alternativa al alojamiento de masas, texto en el que hacía un interesante repaso a la historia de la vivienda moderna aquí apuntada, señalando sus principales inconvenientes. Además, proponía como solución un sistema por el cual los profesionales diseñasen los ínclitos soportes, medios comunes a todas las viviendas, de fabricación industrial, que las sostendrían estructuralmente y servirían para posibilitar las funciones compartidas. Estos constituirían el armazón de la ciudad, a cargo de los urbanistas, en el que los usuarios, auxiliados por los arquitectos, insertarían viviendas particulares construidas a su deseo, conservando la variabilidad connatural a la ciudad y suprimiendo la artificialidad de la era moderna de producción de casas.

Cuán poco se ha avanzado en este sentido en los últimos cincuenta años y cuán poco es posible hacerlo en el terreno de la vivienda en países con una legislación como la nuestra es algo que debería hacernos reflexionar, siendo como es un asunto tan primario y universal.