Necrópolis

Nosotros vemos como el que tiene poca luz
Las cosas, dijo, que están lejano;
Tanto aún nos alumbra el sumo Dux.

Cuando se aproximan, o son, del todo es vano
Nuestro intelecto; y si otro no nos lo muestra,
Nada sabemos de vuestro estado humano.

Pero entender puedes que toda muerta
Estará nuestra sabiduría en el momento
Que del futuro sea cerrada la puerta.

DANTE ~ Divina Comedia, Infierno, Canto X

Al igual que las almas dolientes de Dante podían entrever el futuro pero a medida que éste se hacía más próximo el significado del presente humano se les escapaba, no sería muy descabellado pensar que cuando la civilización etrusca construía sus magníficas necrópolis en los valles de la Toscana su mirada no se dirigía a sus contemporáneos, sino que constituía un mensaje para lo lejano: por un lado el más allá, al que como se verá dedicaban la mayor atención; pero por otro también las generaciones futuras, nosotros que hoy podemos conocerla sólo gracias a ellas.

Marcar el punto de enterramiento de un ser humano mediante una acumulación de material es una de las prácticas más antiguas de nuestra especie. Los grandes túmulos erigidos por numerosos pueblos, desde los celtas a los etruscos a diversos pueblos orientales, tendrían su origen en los pequeños montículos de piedras utilizados para señalar el lugar de descanso de un hombre de participación destacada en la comunidad. Un guerrero, algún ánima memorable cuya memoria los pueblos nómadas querrían compartir dejándola anclada a un lugar que otros que vinieran detrás podrían visitar algún día.

El pueblo etrusco, que para sus primeras sepulturas conocidas utilizó pequeños y humildes pozos excavados en la tierra, en torno al siglo VII a.C. comenzó a optar por esta otra antigua tipología, alternada con sepulcros en pequeños cubículos en hilera —ambas pueden ser observadas en la fotografía que abre el post—, quizá influenciado por los contactos con pueblos orientales. Según otra teoría, sería una costumbre que ellos mismos habrían observado en otro tiempo, si es cierto que sus orígenes se encuentran en migraciones hacia Italia desde la región de Anatolia —no en vano, el idioma etrusco no ha podido ser emparentado con ningún otro de la península itálica ni con lengua indoeuropea en general; sin embargo, guarda gran similitud con el hablado en la isla de Lemnos, en el Egeo—.

En algunos casos se utilizaban montículos ya más o menos formados, pero pronto se optó por construirlos artificialmente, con un basamento circular de unas pocas hiladas de piedra y una coronación con tierra en la que a veces se llegaban a plantar pequeños árboles. No obstante lo sugestivo de los conjuntos tumulares de Etruria desde el exterior, lo realmente importante se encuentra bajo ellos: excavadas y sostenidas con falsas bóvedas de piedra, las sepulturas reproducen con exactitud las casas que las personas allí enterradas habían habitado en vida: muebles y techos esculpidos en piedra imitando la construcción en madera original; ajuares completos de cerámica de la mejor calidad, como si la vida continuara ininterrumpida bajo los montículos y la muerte no fuera más real que el umbral de los sepulcros.

La paradoja de nuestro conocimiento arqueológico y etnológico de los etruscos es que, dado que sus ciudades fueron deshabitadas paulatinamente o destruidas por los romanos, su población subsumida o aniquilada por estos, no queda desde hace muchos siglos ninguna edificación etrusca que levante más de dos palmos del suelo; lo que significa que la única forma de conocer fidedignamente la ciudad etrusca, la polis, es a través de su perfecto reflejo, la necrópolis.

En efecto, estas no-ciudades, de extensión igual o superior a la ciudad de los vivos y dispuestas a una distancia manejable de éstas, constituyen una auténtica ciudad especular, en el sentido más terrible de la palabra; un gran ejemplo de heterotopía, en términos de Foucault. Prácticamente cada familia poseía, a pocos centenares de metros del lugar donde desarrollaba su vida cotidiana, un otro lugar construido idénticamente al primero, falseando la lógica constructiva para ello, en el que continuaría imperturbable su vida futura. Una forma de pensar verdaderamente intrigante pero no tan lejana a nuestra sociedad actual si esta lógica se vuelca a otros aspectos de nuestra vida aplicando el correspondiente análisis perturbador.