Reversiones

Piazza Navona en verano 1865

Cum subit illius tristissima noctis imago,
qua mihi supremum tempus in Urbe fuit,
cum repeto noctem, qua tot mihi cara reliqui,
labitur ex oculis nunc quoque gutta meis…

Iamque quiescebant voces hominumque canumque,
Lunaque nocturnos alta regebat equos.
Hanc ego suspiciens et ab hac Capitolia cernens,
quae nostro frustra iuncta fuere Lari…

OVIDIO, Publio ~ Tristezas I, Libro 3

El Stradone del Campo Vaccino (nombre con que era conocido el Foro Romano, simplemente «Campo de las Vacas»), paseo donde durante cuatro siglos crecieron los olmos, fue mandado trazar en 1536 por el papa Paulo III con idea de impresionar al emperador Carlos V en su visita a Roma. Es uno de los primeros casos en que tenemos noticia de que se buscara recuperar la imagen de la ciudad en la antigüedad, ya que como parte de esa maniobra de demostración de poder se derribaron numerosas casas y torres medievales construidas sobre los restos de templos y basílicas, especialmente liberando el pórtico del Templo de Antonino y Faustina sobre el que se ubica la Iglesia de San Lorenzo en Miranda.

Campo Vaccino

Otra de las actuaciones urbanísticas llevadas a cabo con motivo de esta visita fue el encargo a Miguel Ángel del diseño de la Plaza del Campidoglio con su nueva rampa de acceso (ya que antes al Palazzo Senatorio, que hacía las veces de ayuntamiento, se entraba por un pequeño portal desde el Campo Vaccino); sin embargo, casi nada se había avanzado de esta obra a la llegada del emperador, y la rampa no la concluyó Della Porta hasta cuarenta años después. También a la Iglesia y Convento del Ara Coeli se había podido llegar sólo desde la zona del abandonado Foro hasta que Cola di Rienzo mandara construir la empinada escalera de acceso en 1348, como conmemoración del final de la epidemia de la Peste Negra, con los escalones del podio de un Templo de Serapis en el Quirinal. Estas actuaciones sobre la charnela del Monte Capitolino son las que marcaron definitivamente ese desplazamiento de la centralidad urbana del Foro al Campo de Marte, de la Roma antigua o su reminiscencia a la medieval.

Ara Coeli

El mercado de ganado siguió celebrándose en el Foro hasta 1803, y el Stradone no fue excavado para llevar a cabo prospecciones arqueológicas hasta 1882. Entre las circunstancias que habían llevado al espectacular soterramiento del Foro se encontraban, aparte del acúmulo de materiales de los antiguos edificios, la obstrucción de la Cloaca Máxima desde el s. XI, que había causado que las lluvias y barro procedentes de las colinas circundantes se concentraran en esta zona de depresión. Roma se había convertido con el transcurrir de los siglos en una ciudad demasiado grande para sus propias necesidades, una ciudad cuyas murallas separaban campo de campo. Comenzaron a proliferar situaciones urbanas de gran interés: parasitismo, fortalezas-ciudades dentro de la ciudad, ciudad-agro, exciudad.

Porta San Sebastiano c 1927

Curiosamente frente a todos los ejemplos de desplazamiento que podríamos haber seguido enumerado, hay toda otra línea de fuerza, anunciada por casos como el de las Termas de Diocleciano, que tensa la historia en sentido opuesto: la que nos habla de la absoluta permanencia de la forma y la materia a lo largo de los siglos. Por ejemplo, la cávea del teatro de Pompeyo, a cuya entrada fue asesinado Julio César, es todavía evidente en la curvatura de los edificios que en él se apoyan; en la costumbre secular de inundar la Plaza Navona en verano perduraba la memoria de que en otro tiempo había sido un Circo en el que recrear batallas navales.

Terme di Diocleziano a  Terme di Diocleziano

A veces encontramos historias de una permanencia anclada al lugar, pero discontinua en el tiempo; por ejemplo, cuando Peruzzi, Rafael o El Sodoma decoraron las estancias de la Villa Farnesina en el siglo XVI, lo hicieron con motivos eróticos, ya que aunque todavía no se conocían los frescos de Pompeya, se tenían noticias documentales de que los patricios romanos, cuya vida se pretendía recrear, adornaban sus casas de esta guisa. Precisamente, cuando cuatrocientos años más tarde se realizaron las obras de canalización del Tíber para evitar inundaciones y hubo que excavar en los terrenos de la villa, aparecieron varias estancias de una domus adornadas con los motivos que los artistas del Renacimiento habían siempre querido imitar sin conocer, y que estaban a sólo unas decenas de metros de su alcance.

Farnesina, Cubiculum B

Otras veces lo que permite la permanencia es precisamente un decisivo cambio de uso. El único motivo por el que muchos edificios romanos escaparon a la destrucción y podemos admirarlos hoy en día es que se convirtieron en iglesias. Si ello no hubiera ocurrido, no tendríamos Panteón, ni Foro Boario, ni Termas de Diocleciano. Esta debía ser entonces la solución que tendría en mente Carlo Fontana cuando a finales del siglo XVII planteaba la medida desesperada de erigir una iglesia dentro de un Coliseo en inminente descomposición, y que finalmente quedó en la más sencilla decisión de colocar en él unas cuantas cruces en recuerdo a los mártires cristianos.

El hecho de que tantas estructuras romanas hubieran sido reaprovechadas y se encontraran ocultas bajo otras construcciones o veladas por diferentes usos llevó a que durante el siglo XIX, en medio del clima positivista, se desarrollaran las bases de una interpretación lineal de la historia según la cual existía un estado original punto de partida al que se podía volver si se eliminaban los efectos indeseados del paso del tiempo.

Santa Maria in Cosmedin pre 1899

De este modo, la línea que siguieron la mayoría de intervenciones de restauración en Roma entre finales del XIX y principios del XX fue la de revertir muchas edificaciones a estados supuestamente más originales; en la práctica esto se materializó en el desollamiento de iglesias, especialmente barrocas para sacar a la luz su cariz medieval (p. ej. Santa Maria in Cosmedin, que paradójicamente nunca había tenido esa apariencia original que habían buscado darle sus restauradores y podemos apreciar hoy), y de prácticamente todo edificio adyacente a una ruina romana de entidad (p. ej. la Cámara de Comercio sobre el Templo de Adriano en Plaza di Pietra, eliminando el proyecto barroco integrador de Carlo Fontana, o la Iglesia de San Adriano sobre la antigua Curia Julia, ignorando más de un milenio de historia cristiana del monumento).

Santa Maria in Cosmedin hoy

[Antes por lo general la postura de los restauradores italianos había sido la de conservar, no reconstruir, los monumentos; una de las primeras intervenciones modernas en este sentido había sido la de Giuseppe Valadier sobre el Arco de Tito en 1822, quien usó travertino para diferenciar las partes añadidas de las originales en mármol.]

Hay algo muy peligroso en todo esto, y no es sólo esa visión winckelmanniana de la historia que ha caído por su propio peso, sino el hecho de confundir la permanencia urbana con la permanencia política o sociocultural. Mussolini pensó que igual que se había apropiado de la iconografía y las formas del Imperio Romano, podía también recrear sus triunfos en pleno siglo XX, y para ello mandó trazar con la delicadeza que caracteriza a los regímenes totalitarios (esto es, llevándose por delante el Barrio Alejandrino y la Colina Velia) la Vía del Imperio. Esta operación no se planteó ni para excavar el área arqueológica de los Foros Imperiales (eso llegó cuatro décadas más tarde), ni como solución urbana drástica para una zona degradada, sino más bien para que el Duce tuviera un marco imponente desde su ventana en el Palacio Venecia durante los desfiles militares.

Via dell'Impero desfile 1932

La relación del régimen fascista con la arquitectura moderna esconde siempre muchos episodios de interés. Por ejemplo, la casa que Luccichenti y Monaco construyeron en la periferia romana para la familia de la amante de Mussolini, Clara Petacci, constituye un ejemplo muy valioso de arquitectura doméstica de los años treinta que no sobrevivió más de cuarenta años a sus inevitables connotaciones.

Luccichenti y Monaco Villa Petacci 1938_9 dem 1975 a

Otro proyecto de indudable valor, esta vez de impulso oficial, fue la Casa Experimental del Balilla construida en el Foro Itálico por el ya mencionado Luigi Moretti, quien se había convertido en uno de los principales arquitectos del régimen teniendo a sus espaldas el espléndido edificio de la Casa de la Juventud Fascista. Esta estructura, construida para hospedar a los componentes de las academias de esgrima, natación y música en el complejo olímpico mussoliniano del norte de Roma, avanzaba nociones de versatilidad espacial y funcional que sólo cuando las obras de Moretti han sido revisitadas desde un punto de vista teórico y no solamente político, han podido apreciarse en su justa medida.

Moretti casa del Balilla sperimentale 1934_6 hoy

Pero sin duda el concurso convocado por el gobierno en 1933 para la sede del Partido Nacional Fascista (en el gran solar resultante de la apertura de la mencionada Vía del Imperio) fue el gran acontecimiento que iba a decidir los derroteros de la arquitecura italiana, o así lo entendieron las grandes firmas del momento: Libera, BBPR, Figini y Pollini, Luigi Moretti, Ridolfi, La Padula, Lingeri y Terragni presentaron sus propuestas. Poco antes en el mismo año Michelucci había ganado el concurso para la construcción de la Estación de ferrocarriles de Florencia en la que era la primera gran victoria de la arquitectura moderna en el país; en esta ocasión se trataba del edificio más representativo del régimen en todo el centro neurálgico de la ciudad imperial.

En algunos de los proyectos más representativos se encontraban todavía reminiscencias del expresionismo alemán o ecos del estio Liberty, el modernismo italiano, como ocurre con el del equipo de Ridolfi, La Padula, Rossi y Cafiero. En él la curva es el gesto que intenta resolver al mismo tiempo el acceso y ganar el suficiente espacio para aparecer de forma decisiva en la Vía del Imperio, mientras se ancla en el ejemplo de los inmediatos Mercado de Trajano, Basílica de Majencio con su ábside curvo, y el propio Coliseo. La curva como solución formal moderna es una herramienta que Ridolfi ya estaba explorando en su coetáneo edificio de Correos en Plaza Bolonia y es imposible obviar el parecido entre la propuesta de su equipo y el proyecto que Alvar Aalto llevaría a cabo en el MIT unos diez años después, en circunstancias muy diferentes.

Mario Ridolfi, Ernesto La Padula, Ettore Rossi, Vittorio Cafiero, Littorio 1934 b

También Adalberto Libera se hallaba construyendo en aquel entonces otro edificio de Correos que trabajaba sobre la forma curva, y también sobre el mismo tema desarrolló su propuesta para el concurso de la Vía del Imperio, en un gesto de abrazo al espacio público que ya nos es familiar y que resulta prácticamente idéntico al de Ridolfi. No obstante, tras la guerra la arquitectura de Libera perdería esa aspiración monumental y estática y se enriquecería al incorporar los valores del urbanismo tradicional romano en el repertorio formal de la modernidad. Es importante entender que, como el Ángel de la Historia de Walter Benjamin, a lo largo de su desarrollo la arquitectura moderna en Italia ha tenido siempre el rostro vuelto hacia el pasado mientras un huracán la empujaba irrefrenablemente hacia el futuro.

Libera Tuscolano 1950_4

La última gran propuesta para la Vía del Imperio sería la del equipo multidisciplinar dirigido por Pietro Lingeri y Giuseppe Terragni. En realidad, Terragni presentó hasta cuatro propuestas. Para el primer concurso el equipo elaboró dos diferentes, las nombradas A y B, de muy diverso posicionamiento respecto al problema. Mientras la primera se centraba en construir un escenario, un fondo monumental para las proclamas del Duce cuya fachada se proyectaba literalmente como concha acústica para amplificar su voz, la segunda abandonaba la unitariedad y voluntad escenográfica de la inmensa mayoría de propuestas para centrar el problema en un juego arquitectónico de organización de volúmenes. Este proyecto fue desarrollado cuando el solar del concurso se trasladó a un lugar más alejado del centro y menos polémico a finales de los años 30, pero finalmente fue también desechado, como el coetáneo para el Palacio de Congresos en la prevista Exposición Universal de Roma, que ya anunciaba situaciones que Le Corbusier exploraría en Estrasburgo más de veinte años después. La que ha pasado a la historia, sin embargo, es una tercera propuesta, esta vez con un programa representacional inédito, apodada Danteum por los autores.

Terragni Lingeri Danteum c 1936

El Danteum es un proyecto único en el corpus de la primera modernidad al distanciarse de la pura abstracción poniendo los mecanismos de la nueva arquitectura al servicio de una alegoría. La forma de trasvasar la historia de la Divina Comedia, no obstante, elude cualquier concesión al figurativismo o a la mera traslación. Es cierto que la ascensión literaria de Dante sigue siendo aquí ascensión física en sentido helicoidal, pero se concede únicamente a los elementos arquitectónicos más puros (la sombra y la luz, el muro y la columna) la capacidad de comunicar los pasajes del libro, cuyos saltos (Bosque, Infierno, Purgatorio y Paraíso) se reflejan en las discontinuidades espaciales (muros que se deslizan, aberturas cenitales) que funcionan explícitamente como índices de la sala consecutiva.

El abandono definitivo de los proyectos para la Vía del Imperio y el desvanecimiento de los sueños de grandeza fascistas con el estallido de la Segunda Guerra Mundial vinieron a dejar huérfanas otras grandes iniciativas como la antedicha Exposición Universal de Roma, que estaba programada para el año 1942 y en la que la generación de arquitectos que hemos ido desgranando dio un giro importantísimo y definitorio para la arquitectura de posguerra, caracterizada siempre por ese desapego de las promesas incumplidas.

Libera Arco Imperial EUR 1940_3

Roma, que antes anunciaba al mundo una nueva arquitectura anticipando incluso la experiencia norteamericana, acabó en fin por construir malas copias de ésta para rellenar el vacío dejado por la desgarradora contienda. Y sin embargo la fuerza de aquellos años volvió a brillar en algún que otro ejemplo aislado en un mar de mediocridad, demostrando la fragilidad de una ciudad que apenas atisba el futuro cuando se da la vuelta y ve que sigue estando en medio del campo, la misma campiña romana en la que Goethe quiso ser retratado durante su Viaje a Italia.

Ganado frente al Palazzetto de Nervi

En su última noche en Roma en 1788, Goethe visitaba el Coliseo en la única compañía de las estrellas, y en un pasaje estremecedor nos confesaba que la experiencia lo había llenado de una inquietud y un vacío interno tales, que había tenido que volverse inmediatamente a casa. Con el alma encogida por abandonar la ciudad en la que había sido tan feliz, Goethe cerraba su libro con la cita de Ovidio que abre esta entrada, en la que el poeta narrara su destierro forzoso de la misma ciudad mil ochocientos años antes:

[Cuando se me aparece la tristísima visión de aquella noche
que fue para mí mis últimos momentos en Roma,
cuando de nuevo revivo la noche en que tuve que dejar tantas cosas para mí queridas,
todavía ahora de mis ojos resbalan las lágrimas…

Ya iban callándose las voces humanas y los ladridos de los perros,
y la luna, alta, conducía sus nocturnos caballos.
Yo, levantando hacia ella la mirada, y viendo a su luz el Capitolio
que inútilmente estuvo cercano a mi casa…]

Este texto conforma, junto con su primera y segunda parte, la conferencia Roma. Fragmentos, Desplazamientos, Reversiones, impartida en la asignatura Intervención en el Patrimonio de la Escuela Técnica Superior de Arquitectura de Sevilla el 23 de marzo de 2015.

Fragmentos

¿Ha sustituido Passaic a Roma como La Ciudad Eterna? Si ciertas ciudades del mundo fueran colocadas una detrás de otra en línea recta según su tamaño, comenzando por Roma, ¿dónde estaría Passaic en esa progresión imposible? Cada ciudad sería un espejo tridimensional que provocaría la existencia de la siguiente ciudad a través de su reflejo. Los límites de la eternidad parecen contener tales ideas inicuas.

SMITHSON, Robert ~ A Tour of the Monuments of Passaic

En 1972 se estrenaba la película Roma, de Federico Fellini, su particular homenaje a la ciudad eterna, en la cual el director nos introduce a través de su propia experiencia vital: la de alguien de fuera que fue a trabajar allí en torno a los inicios de la Segunda Guerra Mundial. De este modo todo el largometraje se plantea como una sucesión de recuerdos personales, por fuerza deslabazados, que alternan entre tres líneas temporales distintas (el Fellini niño que oye hablar de la omnipresente Roma, el Fellini joven que llega a la ciudad y el Fellini adulto que rueda una película sobre ella), sin ninguna intención de imponer un guión, una visión sobre la ciudad, sino dejando que sus infinitas historias permeen la cinta, que por ello salta sin solución de continuidad de un género a otro: comedia de costumbres, drama social, documental…

Roma Fellini 0,34

En uno de los momentos de la película, el equipo de rodaje de Fellini se encuentra en un atasco en el Grande Raccordo Anulare, la circunvalación de Roma, y ante ellos desfilan en sucesión una plétora de realidades distintas, unidas sólo por su circular por el mismo asfalto: un tanque, un autobús de hinchas del Napoli, un señor a pie empujando un carro, prostitutas, gente que se pelea de un coche a otro… En cierto momento, además, vemos un grupo de personas que en un camión transportan un gigantesco espejo. Roma es esa ciudad que se mira constantemente en el espejo de sí misma, de su historia, incapaz de apartar la mirada, pero lo que el espejo le devuelve es fragmentario, inconexo, irreal. No da nunca una imagen prístina, sino que la deforma, crea una ilusión. Su historia es la de un trampantojo.

Borromini Galleria Spada trampantojo

Cuando a mediados del siglo XVII el Cardenal Spada encargó a Francesco Borromini el embellecimiento de su palacio y jardines en el centro de Roma, el arquitecto se encontró con un solar de dimensiones muy reducidas; para poder dar la impresión de que las galerías y arcadas del edificio eran mucho más grandes de lo que en realidad eran Borromini se valió de varios trucos visuales, como ubicar estatuas a modo de telón de fondo de las perspectivas, y de sus conocimientos matemáticos, que aplicó a la generación de esta famosa trampa óptica.

En efecto, la construcción inclinada de techo, paredes y suelo y la perspectiva forzada conseguida hacen pensar que la estatua es mucho mayor y la galería mucho más extensa de lo que en realidad son. Pero es que el arte barroco llevaba décadas perfeccionando la aproximación visual a los espacios, estudiando la obra de arte y arquitectónica estrictamente desde el punto de vista y la posición del espectador, en un acercamiento que tiene ecos en el arte contemporáneo en obras como la última y enigmática de Duchamp, Étant donnés, que sólo puede experimentarse observando a través de dos orificios de una puerta en el Museo de Arte de Filadelfia. Duchamp, que pasó los veinte últimos años de su vida trabajando en secreto en esta composición, construye literalmente una visión forzada y perturbadora que comprime objetos separados entre sí en una única imagen.

Duchamp Étant donnés 1946_66

Hay en Roma lugares que podrían funcionar con una lógica similar, comprimiendo en una mirada siglos de devenir. Por ejemplo, si observamos a través del ojo de la cerradura de la entrada al Jardín de los Caballeros de Malta, obtendremos esta famosa imagen que reúne tres países distintos. Pero el jardín esconde un tesoro aún mayor. Si consiguiéramos convencer a la Orden de Malta para que nos dejaran visitarlo, tendríamos acceso a la única obra construida de Giovanni Battista Piranesi.

Jardín de los Caballeros de Malta

Piranesi es archiconocido por sus grabados de Cárceles imaginarias o sus vistas de Las Antigüedades Romanas, pero la pequeña iglesia de Santa María del Priorato, alzada entre 1764 y 1767, en comparación ha pasado desapercibida para la historia. Sin embargo, merece que nos detengamos un momento en ella porque reviste gran interés para nuestro acercamiento. Hay quien ha argumentado que esta iglesia es un manifiesto de Piranesi, que se yergue aquí en defensor del arte romano en medio del acalorado debate del s. XVIII sobre cuál sería el modelo clásico a imitar, si aquél o el griego, postura esta defendida por el historiador del arte alemán Winckelmann y que fue la que infuenció en mayor manera el desarrollo del arte neoclásico en las décadas posteriores.

Winckelmann ofrecía el sistema de órdenes clásico griego como su idea de la propia historia: lineal, racional, perectamente formado y completo. Por eso frente a la vorágine de sistemas constructivos, formas, soluciones, etc., en definitiva, el sincretismo que ofrecía Roma, Winckelmann admitía en su Historia del Arte en la Antigüedad de 1764 que le resultaba imposible «deducir ningún sistema del arte romano».

Piranesi, por el contrario, como gran estudioso de la Antigua Roma, valoraba esa capacidad infinita de absorber lo mejor de las culturas etruscas, griegas, orientales, egipcias, y transformarlas en una aglomeración de estructuras en perpetua lucha y contradicción espacial que fue en lo que llegó a convertirse la ciudad en época imperial, como metrópoli de todo el mundo conocido.

Piranesi Le Antichità Romane fragmentos

A principios del siglo III el emperador Septimio Severo había mandado delinear y exponer en un muro del Templo de la Paz un mapa de Roma esculpido en 150 placas de mármol, verdadera empresa borgiana que empezó a desintegrarse con el incendio de la biblioteca del Templo algunos siglos más tarde. Piranesi conocía de la existencia de algunos de los más de mil fragmentos que desde entonces habían ido repartiéndose por el mundo siguiendo las más variopintas vicisitudes, y había incluido dibujos de ellos en su libro de Las Antigüedades Romanas. Lo curioso es que, a diferencia de lo que intentaría en otro lugar con su Ichnographia Campus Martius, aquí Piranesi asume la condición de fragmento de las porciones del mapa; no intenta ensamblarlas para conformar un todo, sino que cuenta con el vacío entre las piezas como elemento de la composición. Es esta su forma de trabajar: frente a la postura winckelmanniana del ideal estático griego, Piranesi defiende la creatividad sin límites que proporciona asomarse a la historia romana y extraer de ella la combinación de formas o soluciones pertinentes en cada ocasión.

Desde esta perspectiva entenderemos mejor su trabajo en Santa María del Priorato, empezando por la plaza exterior, también diseñada por él. La plaza se constituye en un lugar-otro de la ciudad, a la cual evoca selectivamente, recurriendo a la representación, a la alusión, conformada por los emblemas que la decoran. El resultado es un uso pictórico de la arquitectura, que a través de imágenes invoca los referentes reales, un proceso que se convierte en alegórico en el ya mencionado ojo de cerradura, que proporciona una imagen perfectamente enmarcada de San Pedro, que a su vez es ya un icono sobreexplotado de la ciudad. Por ello la plaza es a su modo un espejo de la cerradura: no presenta, como aquella, Roma, sino una idea de Roma a través de la selección de fragmentos de su historia.

Piranesi Plaza de los Caballeros de Malta

Pero es que toda la iglesia refleja esta idea de imposibilidad material de representar una realidad histórica como Roma si no es de forma fragmentaria. Por ejemplo, en un gesto que intrigó a Manfredo Tafuri, quien le dedicó varias páginas al asunto en su obra La esfera y el laberinto, la decoración del altar se desvanece a medio camino de su parte trasera; sin embargo, quienes han estudiado el transcurso de las obras, las fechas de los pagos y las anotaciones de Piranesi, han comprobado que éste dio expresamente por concluidos los trabajos de decoración del interior y así lo hizo saber al estucador. Pero una prueba más clara de qué era lo que tenía Piranesi en mente al hacer esto nos la dará una nueva mirada sobre la fachada de la iglesia.

Piranesi Santa Maria del Priorato Roma 1764_7 altar

Si nos fijamos, hay una banda sobre el frontón triangular del acceso que parece estar incompleta; por el relieve de la fachada parece inferirse que debería recorrer todo el espacio paralelo a las jambas, y sin embargo se detiene muy arriba, al acometer al frontón en una posición extraña y que hubiera sido muy fácil evitar. Lo crucial aquí es que no se trata de ningún error ni descuido de un arquitecto principiante: el relieve de la banda dobla la esquina para terminar contra la fachada. Piranesi reivindica la capacidad evocativa del fragmento, la ruina, la interrupción, como motivo arquitectónico.

Piranesi Santa Maria del Priorato Roma 1764_7 detalle fachada

De nuevo, es posible rastrear este tipo de juegos visuales en otros aspectos de su obra, como pueden ser sus levantamientos del emisario del Lago de Albano, en los que cada convención de representación, escala, sección, planta, alzado, detalle, contiene una cierta “verdad” del objeto real, pero es voluntariamente parcial e incompleta; los bordes de cada fragmento se levantan del soporte, reivindicando su individualidad e impidiendo una mirada totalizadora.

Piranesi Descrizione e Disegno dell'Emissario del Lago Albano 1762

Piranesi fue seguramente el primero en darse cuenta de que el exceso histórico de Roma la convierte en un no-lugar, un juego conceptual que podemos conocer a través de residuos y fragmentos pero nunca como una forma completa y articulada. En este sentido es inevitable recordar la similitud de esta mirada con la de los Non-Site de Robert Smithson, en los que la multiplicidad de modos de representar un lugar, en este caso Nueva Jersey, confirman la imposibilidad de “conocerlo” de forma absoluta. En este sentido Roma no sería sino una especie de erial de sí misma, un residuo histórico continuamente monumentalizando su propia desintegración y reconstrucción.

Non-Site, Robert Smithson, 1968

Esta monumentalización a través de la destrucción creadora se ha llevado por delante infinitos proyectos nunca construidos, hasta el punto de que puede escribirse toda una literatura sobre grandes arquitectos cuyo trabajo es absorbido por la inconmensurabilidad de los espacios y tiempos acumulados en Roma (recordemos la famosa cita atribuida a Diderot). Piranesi, como ya hemos dicho, sólo construyó esa iglesia; del gran proyecto de Sangallo para las fortificaciones de Roma sólo se construyó un bastión (del más de un centenar contemplados inicialmente) y una puerta que se dejó inacabada a su muerte; lo mismo le ocurrió al Palacio de Justicia de Bramante, cuyos almohadillados inacabados recibieron el nombre de sofás por los romanos; no hay un solo edificio de Rafael (San Pedro, el Palacio Branconio dell’Aquila, el de Jacopo da Brescia, la Villa Madama, San Eloy de los Orfebres) que no haya quedado inconcluso, o fuertemente transformado, o derruido. Terragni nunca llegó a poder construir uno solo de sus varios proyectos en Roma, como más tarde tendremos ocasión de comprobar. Por supuesto, Le Corbusier también se encuentra en esta lista, aunque su caso puede extenderse a toda Italia, ya que sus propuestas en el país, tales el Hospital de Venecia, el Centro Olivetti en Rho o sus ideas para la periferia romana, se quedaron en el papel. Pero la cuestión es que todos estos ejemplos, aun permaneciendo inacabados, entraron de pleno derecho en la vida de la ciudad o constituyeron piedras angulares de la historia de la arquitectura, porque como hemos intentado demostrar, en Roma el fragmento se había convertido en una herramienta proyectual por sí misma; miles de ejemplos a lo largo y ancho atestiguaban su validez. La situación extrema sería la mole del Monte Testaccio, como sabemos formada a partir de la acumulación de los ingentes residuos cerámicos generados en época imperial; aquí se deshacen los límites entre parte y todo, artificio y naturaleza.

Esta tradición fragmentual la recoge Luigi Moretti en su Palazzina ‘Il Girasole’ de 1949, nombrada por Peter Eisenman «el primer edificio posmoderno»: Moretti, un apasionado del espacio barroco y sus herramientas para modelar su contenedor a través de la sombra y la luz, diseña un edificio que es a la vez uno y dos, plano y volumen. Es capaz de recomponer una imagen de fachada, por ejemplo, haciéndonos ver acto seguido que se trata de una ficción, de un plano conceptual que se descompone en cuanto doblamos la esquina.

Moretti Il Girasole

En aquella nómina de arquitectos frustrados aparecería también Giambattista Nolli, el autor del famosísimo plano de la ciudad de 1748, quien como su maestro Vasi y el mismo Piranesi, era un arquitecto sin trabajo que se ganaba la vida con los grabados; sólo pudo construir también una iglesia, y reformar el interior de otra, la de San Alejo.

[Según la leyenda, Alejo era un hijo de patricios que, prometido con una mujer virtuosa, la misma noche de bodas renunció al matrimonio y se embarcó hacia el norte de Siria para llegar a la ciudad de Laodicea y, después, a Edesa (actual Urfa), donde se ganaba la vida pidiendo limosna. Diecisiete años después volvió a Roma; fue a casa de su padre a pedir limosna, pero nadie lo reconoció. Acogido como mendicante, vivió durante 17 años más en su casa, sin ser reconocido, rezando y enseñando el catecismo a los niños. Dormía bajo la escalera de la entrada. Sabiendo que iba a morir, escribió su historia en un papel, explicando por qué renunció a la boda, el viaje a Edesa y su vida posterior. Murió y, según la leyenda, sólo su padre pudo abrirle la mano para tomar el papel y leerlo, dejándolo sorprendido al darse cuenta que era su propio hijo.]

La ópera de Stefano Landi sobre la vida de San Alejo había sido una de las primeras en estrenarse en el nuevo palacio de los Barberini en 1632.

El Palacio Barberini era una de las primeras obras de renombre en que habían trabajado juntos los grandes arquitectos del barroco romano, Bernini y Borromini; es fácil adivinar cuál de las escaleras principales se atribuye a cada uno de ellos. La supuesta rivalidad que luego les enfrentaría, adquiriendo con el tiempo los tintes de la leyenda, se fraguaría algunos años más tarde cuando Borromini elaborara un duro informe en contra del equipo de su anterior maestro a causa del fallido episodio de la construcción de los campanarios de San Pedro.

Bernini campanario sur San Pedro 1637_41 dem 1646_7, A Specchi

En este dramático dibujo, Alessando Specchi representaba la parte de la fachada a la Plaza del Vaticano que había tenido que ser demolida en 1646-7, sólo diez años después del inicio de su ejecución, debido a indicios de fallo en la cimentación constatados poco después con la aparición de grandes grietas que amenazaban con arruinar la estructura; este es el motivo por el que los relojes-campanario de Giuseppe Valadier, que son los que hoy vemos, son mucho más modestos. A causa de esta desgracia, Bernini perdió el favor del papa Inocencio X hasta la muerte de éste una década más tarde, tiempo durante el cual Borromini o Carlo Rainaldi se ocuparon de algunos de los encargos más relevantes.

El mismo año en que se dieron por terminados los trabajos de demolición del campanario de San Pedro, Bernini comenzó a desarrollar una de sus obras maestras, la Capilla Cornaro en Santa María de la Victoria. Conocida sobre todo por la efigie central que representa el Éxtasis de Santa Teresa, la Capilla constituye todo un artefacto arquitectónico en el que numerosos mecanismos espaciales, escultóricos y pictóricos están puestos sola y exclusivamente al servicio de la creación de una imagen, de una experiencia visual que sólo tiene un interior. Si uno le da la vuelta y ve lo que hay al otro lado, la tramoya queda totalmente al descubierto y se desvela el truco.

Bernini Capilla Cornaro exterior

Curiosamente, cuando veinte años más tarde Bernini volviera a gozar de la preeminencia en las obras de la ciudad y se encontrara erigiendo la columnata de la Plaza de San Pedro, a la hora de organizar el acceso a las dependencias papales recurriría a su propia versión del trampantojo de su rival, quien moriría en el año posterior a la terminación de las obras tras arrojarse sobre su espada en un intento por llamar la atención de su criado.

Bernini Scala Regia

[El fracaso de Bernini con su torre no era sino el último de una serie de fracasos mucho más trascendentales en San Pedro, tomado este como reflejo de la historia de la arquitectura: el fracaso de la continuidad histórica (basílica paleocristiana derruida, expolio de monumentos romanos), el fracaso del ideal del Renacimiento (planta central que tiene que adaptarse a cruz latina), el fracaso de la imagen barroca (fachada desproporcionadamente ancha) y en general de los presupuestos del clasicismo (ausencia de la percepción de grandeza pretendida en la composición, porque todo es proporcional); y germen algunos siglos más tarde del fracaso urbano (demolición del Borgo para abrir la Via della Conciliazione).]

Via della Conciliazione apertura

Puede concluirse que la columnata de la Plaza de San Pedro implicó un esfuerzo desproporcionado en comparación con lo obtenido a cambio, sobre todo si la comparamos con otras operaciones urbanísticas barrocas como la de Pietro da Cortona en Santa María de la Paz, en las que con un mínimo control sobre el espacio urbano se consiguieron resultados incluso más monumentales.

En definitiva el gesto de Bernini, el meloso abrazo de la cristiandad al mundo, no es sino un movimiento mucho más prosaico por parte del papa Alejandro VII: el de querer ocultar la amalgama medieval de las Estancias Pontificias y darle un frente urbano apropiado para los cánones barrocos, según los cuales el collage medieval y renacentista de adiciones, superposiciones y contradicciones que conformaban los palacios papales no era admisible.

Maerten van Heemskerck San Pedro c 1535

Lo curioso es que esta estrategia parece si no eco, réplica exacta de la seguida mil seiscientos años antes por Augusto a la hora de diseñar su Foro Imperial, para el cual mandó elevar un muro innecesario desde el punto de vista estructural, con la sola intención de dar al espacio de representación un frente homogéneo e imponente que ocultara el degradado barrio popular de la Subura, de construcción considerada de pobre calidad para la estética de la Roma imperial.

Foro de Augusto aérea

Una variante más sutil de este mismo planteamiento, y así lo entendió Robert Venturi en su Complejidad y contradicción en arquitectura, puede rastrearse en la Basílica de Santa María la Mayor, donde primero Carlo Rainaldi y Flaminio Poncio y luego Ferdinando Fuga al completar la fachada trabajaron para crear un recinto capaz de ocultar y asumir las diferencias entre los espacios interiores (sacristías, capillas, residencias, la basílica propiamente dicha) que mostrara al exterior una imagen unificada en su diversidad. La fachada de Fuga lleva a la literalidad esta idea, ya que viste la medieval con una mera piel barroca cuya liviandad y transparencia reflejan la lucha interna de tener que ser un velo y a la vez dejar pasar la máxima luz posible a los mosaicos medievales de la fachada anterior.

Santa Maria Maggiore 1860

La historia de la piel barroca es también muy recurrente en Roma. Cuando en 1650 el cardenal Altieri encargó a Giuseppe Antonio De Rossi, el arquitecto por excelencia de los palacios de la burguesía romana del seiscientos, la construcción de una residencia digna en las propiedades de su familia junto a la Iglesia de Jesús, Berta, la viuda propietaria de una de las casas adyacentes, se negó a vender. La pragmática solución del arquitecto fue incorporar su vivienda, ventanas irregulares incluidas, en el diseño general de la fachada.

Palazzo Altieri

Este tipo de soluciones se repiten a lo largo del marco espacio-temporal de Roma, porque es una ciudad que siempre ha sido considerada desde el punto de vista visual, construida literalmente desde su imagen, y por tanto sustancialmente plana, reduciendo siempre toda espacialidad a un plano frontal. Esa planeidad, que ya era más que patente en San Pedro, es llevada a su límite conceptual en San Ignacio de Loyola.

La cúpula de la Iglesia de San Ignacio de Loyola no es una cúpula. Andrea Pozzo, decorador de los interiores y experto en perspectiva que acabaría trabajando en importantes palacios vieneses, propuso a los jesuitas cuando se les acabó el dinero en 1685 pintar una cúpula falsa mientras reunían lo necesario para continuar las obras. Los jesuitas hicieron las cuentas acerca de desde dónde dirigían la mirada los feligreses y lo que costaba acabar la cúpula, y Pozzo les debió parecer un maestro porque ahora en el suelo de la iglesia hay una baldosa dorada que marca el lugar desde donde se tiene la visión perfecta de su obra.

Eglise Sant'Ignazio Dôme en trompe l'oeil

[En Roma hay tantas baldosas de este estilo que podría hacerse un itinerario que pasara sólo por ellas y el turista vería todo lo que tiene que ver.]

El hecho de que la ciudad esté diseñada a base de esos elementos planos, verdaderos telones teatrales, hace que adentrarse detrás de ellos, como Dorothy en El Mago de Oz, y prestar atención al hombre detrás de la cortina, haga saltar por los aires todas las nociones de escala, proporcionalidad y monumentalidad que aquellos parecían anunciar, como demuestran los trabajos en sección sobre la Necrópolis Vaticana, donde se descubre la verdadera magnitud de la Basílica de San Pedro, o los bellos dibujos de Marcella Morlacchi sobre la Plaza del Popolo.

Marcella Morlacchi Piazza del Popolo

Las iglesias gemelas del extremo sur de esta plaza, Santa María de los Milagros y Santa María en Montesanto, no son gemelas. Ambas construidas por el mismo arquitecto y pagadas por el mismo cardenal, una es elíptica y la otra circular para ajustarse a las dimensiones de las parcelas. Con el tiempo, además, a la primera plaza fuertemente direccionada, con el famoso Tridente como telón de fondo del eje de entrada de los peregrinos en la ciudad santa, vino a superponérsele a inicios del s. XIX otra plaza, en el mismo espacio pero en el sentido perpendicular. Podría decirse que el eco de San Pedro reverberó primero en la elipse de una de las iglesias para finalmente violentar con el proyecto de Valadier la plaza entera.

En conclusión, uno podría decir que hay dos Plaza del Popolo distintas: una en el eje norte-sur con un carácter renacentista y barroco, y otra en el eje este-oeste con un diseño típicamente neoclásico. Tienen en común el obelisco, pero por lo demás parecen ignorarse entre sí.

Este texto conforma, junto con los dos que aparecerán publicados en los próximos días, la conferencia Roma. Fragmentos, Desplazamientos, Reversiones, impartida en la asignatura Intervención en el Patrimonio de la Escuela Técnica Superior de Arquitectura de Sevilla el 23 de marzo de 2015.