Anecdotario

Hago fotografías para ver cómo se ve el mundo en fotografías.

WINOGRAND, Garry

I

El abuelo de Vladímir Nabokov era el comandante general de la fortaleza de San Pedro y San Pablo, en San Petersburgo, cuando en ella esperaba juicio Dostoievski, detenido por la policía zarista en las redadas contra la sociedad secreta socialista de Petrahevski de 1848; mucho antes de escribir Crimen y castigo (1866), o Los hermanos Karamázov (1880). Una mañana Dostoievski fue conducido al paredón, donde, hechos todos los preparativos para ser fusilado, recibió finalmente la noticia de que sería deportado a Siberia.

II

En su primer viaje a América en 1935, Le Corbusier intentó prestar visita a Frank Lloyd Wright, pero éste no movió un dedo por verlo. Solía bromear en el estudio cada vez que le llegaban noticias suyas: «ahora que ha construido un edificio, escribirá cuatro libros sobre él».

III

Según cuenta H. L. Mencken, en los años 20 en Estados Unidos los productores de algodón acordaron entre sí reducir la cosecha anual con idea de inflar los precios, sólo para de inmediato proceder a aumentar sus plantaciones, tratando de aprovecharse de la escasez de sus vecinos. Cuando quedó patente que tal escasez no era más que imaginaria, el precio del algodón se desplomó en lugar de subir, con lo que los granjeros pidieron un rescate al tesoro nacional.

IV

Los cruzados nunca tuvieron la intención de conquistar Chipre, pero en 1191 la flota de Ricardo Corazón de León, camino del sitio de Acre en la Tercera Cruzada, quedó atrapada por una tormenta y tres de sus barcos encallaron frente al puerto de Limasol. Los supervivientes fueron hechos prisioneros por el reyezuelo local, Isaac Comneno. El barco que llevaba a la prometida y la hermana de Ricardo atracó poco después para pedir agua pero su petición fue rechazada por Isaac. A la vista de los acontecimientos, el rey inglés desembarcó en la isla y, tras varias semanas de lucha, Isaac fue capturado mientras intentaba huir a Asia en barco, siendo encerrado de por vida en el castillo de Marcapo, en Siria. Los cruzados tampoco tenían la intención de capturar Constantinopla, pero ya sabemos cómo acabó aquello.

*

Pocos meses después de la inesperada reconquista de Constantinopla por las tropas del Imperio de Nicea en 1261, el general Miguel Paleólogo mandó cegar al legítimo emperador, el niño de once años Juan IV Láscaris. Según la tradición bizantina un hombre ciego estaba imposibilitado para el gobierno, por lo que el joven fue desposeído y recluido de por vida en el castillo de Dakibyze, en el Mar de Mármara. Treinta años después Andrónico II, hijo de Miguel, decidió hacer un alto en su viaje a Asia Menor para visitar a Juan Láscaris. En palabras de D. Nicol, el encuentro debió ser incómodo para ambos, pues toda la fortuna de Andrónico se cifraba en el crimen cometido por su padre contra aquel hombre.

V

Hasta 1790 se alzaba en la Plaza Virgen de los Reyes de Sevilla, entre la Giralda, el Palacio Arzobispal y la embocadura de Mateos Gago, el recinto medieval del Corral de los Olmos, que había sido sede del Cabildo eclesiástico hasta la construcción de la Sala Capitular de la catedral, y del secular hasta la del actual Ayuntamiento. Cuando se procedió al derribo de las edificaciones que lo conformaban, cuyos usos habían acabado por oscilar entre fondas, mesones y casas de juego, las disputas entre la Iglesia y el Ayuntamiento por la propiedad llevaron a un comentado pleito que se resolvió con la decisión salomónica de colocar una serie de piedras en el suelo delimitando la planta de lo derruido. Estas lindes fantasmas sólo desaparecerían al sustituirse el pavimento de la plaza casi cien años después, en 1886.

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Aún hoy, el Corral de los Olmos es el único motivo por el que la fachada del Palacio Arzobispal de Sevilla no es perfectamente simétrica.

VI

Se han hecho cálculos según los cuales Luis XIV no pasó en toda su vida ni diez minutos solo.

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El emperador Caracalla fue asesinado el 8 de abril de 217 por uno de sus guardias al bajarse del caballo y darle la espalda para orinar.

VII

En 2004 el joven arquitecto Thomas Shine denunció a la superfirma Skidmore, Owings & Merrill, y en particular a su empleado David Childs, por el asombroso parecido entre la ‘Freedom Tower’ de este último y una ‘Olympic Tower’ presentada por Shine cinco años antes, como parte de su Máster de arquitectura en Yale, y de cuyo tribunal formaba parte precisamente Childs, que había alabado abiertamente el proyecto. Se trataba de la primera ocasión en Norteamérica en que un estudio de primer nivel se enfrentaba a un juicio por plagio, y el asunto suscitó grandes debates sobre los derechos de autor en arquitectura, un extremo que apenas contaba con precedentes legales. El caso se complicó aún más cuando el Departamento de Policía de Nueva York rechazó la construcción de la Freedom Tower en su emplazamiento previsto en el World Trade Center, con lo que el proyecto cambiaba y los jueces tendrían que dilucidar el caso sobre el papel. Los abogados de uno y otro sostenían posiciones enfrentadas en cuanto a si era la arquitectura como un todo lo que debía ser protegido como hecho creativo, o la realidad de cada uno de sus componentes por separado. Algunos arquitectos señalaron, irónicamente, que Shine no habría podido diseñar su rascacielos si Skidmore, Owings & Merrill no hubiera inventado el sistema de fachada escogido varias décadas antes.

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En 1988 la antigua discográfica del cantante John Fogerty, ex líder de Creedence Clearwater Revival, lo llevó a juicio por plagiarse a sí mismo. Argumentaban que su canción The Old Man down the Road, de 1985, usaba la misma música que la de 1970, Run through the Jungle, de cuyos derechos ya no era propietario. Fogerty tuvo que subir al estrado, guitarra en mano, para demostrar que dos melodías suyas podían sonar muy similares. Al jurado sólo le costó dos horas convencerse.

VIII

En 1958 el arquitecto autodidacta Andrew Geller recibió el encargo de construir una casa para la familia Hunt en Fire Island, una pequeña extensión de tierra al sur de Long Island. Las condiciones de edificación eran muy restrictivas, pero Geller, que nunca estuvo interesado en una arquitectura convencional, se enteró de que para conceder licencia las autoridades exigían presentar al menos una planta del proyecto, pero no alzados. El arquitecto presentó una planta sencilla y al uso, un rectángulo con su lado largo frente al mar, y recibió el sello del departamento de vivienda. Cuando los técnicos visitaron la nueva edificación, se encontraron con esto. Geller se hizo relativamente famoso por este tipo de bromas; al fin y al cabo, el señor Hunt trabajaba en una fábrica de cajas.

Sustraer

Imagina un edificio que consiste en espacios regulares e irregulares, donde las más importantes partes del edificio constan de una ausencia de edificio. Lo regular aquí es el almacenamiento; lo irregular, salas de lectura, no dibujadas, simplemente excavadas.

KOOLHAAS, Rem y MAU, Bruce ~ S, M, L, XL

La palabra sustraer tiene desde la antigüedad dos significados: de un lado «sacar, extraer, retirar»; del otro, inevitablemente, «hurtar, celar». En efecto, en arquitectura el sustraer siempre tiene algo de subrepticio. Un muro que se horada, una pieza que se excava, una caja que se vacía, hurtos en definitiva. La clave está entonces en que el buen arquitecto, en palabras de Alejandro de la Sota, da liebre por gato: a cambio del material que se retira y de la información que se oculta, se gana algo mucho más preciado, en definitiva aquello que hace posible la experiencia de la arquitectura: el espacio.

El espacio arquitectónico reclama un vacío en el mismo momento en que se produce: lo toma para sí, se amolda a su forma y se hace corpóreo, denso. En proyectos como el concurso de la Très Grande Bibliothèque para París, de OMA, este fenómeno se expone de forma literal. En la maqueta del estudio de Rem Koolhaas lo que se ensambla, lo que es matérico, es el vacío: las distintas bibliotecas dentro del conjunto adquieren un carácter propio e individual por el hecho de ser lo otro del fondo, de la envoltura abstracta de las cosas construidas. Este manifiesto sustractivo tiene correspondencia en otros trabajos recientes de grandes firmas, por ejemplo en la serie de proyectos desarrollados por Steven Holl en la última década explorando las posibilidades del concepto de esponja, entre ellos especialmente el Simmons Hall en la MIT y aquél otro irrealizado en Nanning, China. En ambos casos se trata, con mayor o menor suerte, de poner en crisis una idea de arquitectura como capas apiladas impenetrables, a base de centrar el esfuerzo creativo en las porosidades que rompen estas geometías y fluyen aparentemente exoneradas de las reglas impuestas a lo ocupado.

En nuestra cultura transpira esta idea de que el vacío significa libertad; no en vano la plaza es el espacio público europeo por excelencia, con mayor motivo cuando el resto de la ciudad es abigarrada y está sobreexplotada por la edificación. En este marco de existencia, como magistralmente advirtió Nolli en su plano de Roma de 1748, los monumentos, al ser accesibles a la población asumiendo determinados rituales, están constituidos esencialmente de vacío; o si se quiere, del mismo material que llena las plazas y las calles y que convierte en lo otro al tejido residencial, que se define entonces por su negatividad, su no ser accesible, no ser vacío.

En efecto, en obras como las de Donald Judd vemos claramente esta capacidad de lo ausente para ocupar un lugar: no se trata de una serie de elementos iguales separados por intervalos desocupados, sino que la obra es un continuo, compuesto tanto por la materia tangible como por el espacio que la separa. Otra propuesta reciente, la serie fotográfica Residente Pulido del venezolano Alexander Apóstol, pone de manifiesto precisamente por su eliminación el papel clave que tienen los vacíos en nuestras ciudades y en nuestras casas. Ciertamente, al sustraer a las edificaciones aquellas perforaciones, aquellos umbrales entre interior y exterior, éstas quedan detraídas de todo significado, ajenas a nuestros esfuerzos por interactuar con ellas. Percibimos la materia sólo como contrapunto de la nada. Un ejemplo extremo podría ser el de la polémica obra de Chillida ideada para el monte Tindaya, abatida y rescatada según la época y la dirección en que soplan los vientos, y en la que la intervención consiste precisamente en aportar un vacío, un espacio interior donde lo que hay es una masa impenetrable.

En esta concepción de espacio que se da la vuelta como un calcetín, quedan desdibujados los límites entre el interior y el exterior. La maestría del arquitecto está entonces en la gestión de este discurrir, en la creación de una promenade. Sustrayendo información, alterando las preconcepciones de la sociedad, el buen arquitecto se guarda siempre un as bajo la manga; permite que el usuario adquiera la revelación sólo con cuentagotas, haciendo que sea el propio hecho de recorrer cada espacio lo que le dé sentido al conjunto. Ejemplo icónico de este proceso es la Biblioteca de Estocolmo, de Erik Gunnar Asplund: para alcanzar la gran cúpula central, cuyas formas se advierten ya desde el exterior, el lector debe siempre ascender, como si de un Dante se tratara, primero por la gran escalinata externa, luego atravesando el vestíbulo y por último subiendo el estrecho vomitorio que por ello mismo resalta la magnificencia de la sala de lectura. Un juego de anticipaciones, de ocultación y revelación, un ritual iniciático que ya se advierte en toda su fuerza en la sección de entrada al Cenotafio de Newton de Étienne-Louis Boullée, y en grandes obras de la antigüedad basadas en la necesidad de atravesar una sucesión jerárquica de espacios para llegar al corazón del edificio y desentrañar sus secretos.

Este corazón al que hemos hecho referencia no es sino un vacío sustraído a la materia del edificio, que al exterior se presentará sin embargo masivo, desafiante, tan hermético incluso como la fachada de la Morris Gift Shop de Frank Lloyd Wright, tras la cual sin embargo se desarrolla todo un mundo interior que se mira a sí mismo y se desarrolla siguiendo una espiral que se dice sirvió de prueba para aquella otra que cambió la museística y la arquitectura para siempre. En estos edificios el espacio se cincela, es sustracción en el sentido más literal; como un Buonarroti que deja inacabado el Prisionero despertándose, el arquitecto se retira a tiempo en su tallar la materia: lo suficiente para que la luz haga su trabajo y convierta el vacío en espacio.

Plano

Barceloneta Coderch

Siempre ha sido así: pensaba un cuadro y ya lo consideraba hecho.
El resto era trabajo.
Realizar una obra pensada y por ello ya concluida, era como distanciarse de ella: distanciarse de su conocimiento inmediato.
Sé bien que existe otro grado de conocimiento que es precisamente el del hacer. Se conoce lo que se hace, sólo mientras se hace.
Es un conocimiento profundo y complejo, pero es distinto de la chispa, o mejor, de la serie de chispas que es pensarla.
¿Pero cómo acercar dos momentos sin que uno se diluya demasiado en el otro?
A mí se me ha hecho natural ir deprisa.

NOTARGIACOMO

Se dice que Frank Lloyd Wright se jactaba de haber sido capaz en una ocasión de concebir en su mente todo un proyecto, del primer al último detalle, hasta el punto de poder construirlo sin haber hecho uso del papel.

Este gesto de genio se encuadra en la tormentosa relación del arquitecto con su instrumento de trabajo por antonomasia, el plano. El papel —la pantalla— constituye el plano sobre el que se plasma la realidad deseada, un escorzo del futuro previsto, de la cosa deseada. Pero el entendimiento entre actor y acto no tiene por qué ser lineal. Muchas veces el plano responde al dibujante, como hacía la Casa Baensch con Hans Scharoun, un proyecto que establece un auténtico diálogo con el arquitecto y le pide cambios, a modo de ente con sus propias necesidades: dar más preeminencia a esta sala por aquí, conseguir esas vistas al jardín por allá… Una historia que cuenta el paso de la casa como caja al estallido del habitar y que podemos leer en las distintas etapas fijadas en los bocetos preliminares.

Otro admirador de Wright, Carlo Scarpa, hacía del dibujo pensamiento plasmando en él todo su mundo interior de obsesiones. Dibujo sobre dibujo, bosquejaba cada detalle del proyecto: cada piedra, cada conducto, cada encuentro, cada hueco venía pensado, es decir, al pensarse se dibujaba, pedía su propia resolución, su propia forma y carácter, ése y no otro. Una forma de trabajar agotadora y a contracorriente con su tiempo.

En general, de la observación de la forma de trabajo de todos los grandes arquitectos de los últimos siglos, podría inferirse que existe un modo distinto de afrontar el plano para cada uno de ellos. Tal es la naturaleza personal de este instrumento.

Para algunos, la irrupción del plano en la proyectación arquitectónica significa el comienzo de la arquitectura en propiedad. La capacidad de prever con exactitud qué y cómo va a construirse significaría un salto cualitativo gigantesco ubicado temporalmente en el Renacimiento. Al igual que el ser humano se distingue del animal por su capacidad de previsión —un rasgo genuino de inteligencia—, el arquitecto humanista se distinguiría del maestro de obras medieval por la naturaleza de su trabajo. No obstante, visto desde ese punto de vista el plano vendría a significar una escisión de la correspondencia natural entre obrero y obra, separando el trabajo manual del intelectual. Para que exista la arquitectura en sentido moderno, debe hacerlo separada del objeto de sus atenciones; de ahí se entiende mejor que su historia sea la de la búsqueda desesperada de este compañero perdido, la historia de una ausencia.

La fanfarronería de Wright escondería entonces, en un plano muy sutil, un secreto anhelo de venganza del intelecto: pasando por encima al plano, se daría el feliz reencuentro de lo físico con lo inmaterial. Algo que resulta demasiado bueno para ser verdad.