Citar (I)

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Escribir historia nos impone, en consecuencia, un citar historia. Pero ahí, en el concepto del citar, se da que el objeto histórico concreto quede arrebatado a su contexto. 

BENJAMIN, Walter ~ Libro de los pasajes

José María Sostres, probablemente el crítico español de arquitectura más profundo de la mitad del siglo XX y, quizás por esto, uno de los menos (re)conocidos como tal, desarrolló su carrera arquitectónica a través de la docencia, el ensayo y la construcción como si de una -única- investigación se tratara.

Los mismos temas, los mismos problemas escrutados desde puntos de vistas distintos e, incluso, las mismas soluciones conformarían un imaginario “propio” que vinculó indisolublemente la práctica proyectual y  la reflexión teórica, de manera que tanto una como otra llegarían a ser consecuencia y punto de partida al mismo tiempo. Esto, entender la arquitectura como un genero ensayístico en sí mismo, generó consecuentemente un citar constante en torno a su obra.

La naturaleza creativa de Sostres se perfila en torno a un número finito de variables, un número restringido de reflexiones, tan unidas como independientes, comunes a un mismo tema, fundamentalmente la vivienda unifamiliar, y generados por el mismo punto de partida: la cita.

Una cita literal o metafórica, inmediata a veces, oculta tras la complejidad en otras ocasiones; aislada e inmóvil y al tiempo múltiple y extensible; una cita recurrente, explícita y casi obsesiva, fundamentada e impulsada por la borgiana hipótesis de que todas las posibilidades originales del crear arquitectónico hubieran sido ya agotadas.

El arquitecto catalán sostenía que la cita como referencia, o viceversa, era inevitable, inseparable de cualquier acto creativo. La única manera de concebir y plantear nuevas obras de arquitectura sin caer en manerismos sería pues a través de la imitación personal y mecánica de los grandes ejemplos. Criticaba Sostres el afán patológico de sus coetáneos por buscar el camino singular de un falso estilo.

La arquitectura quedaba así condenada a ser incompatible con la idea de revolución y, con la revisión como única herramienta propositiva, la disciplina resultaba enmarcada contrariamente tanto a los individualismos como a las generaciones mismas. Para Sostres la verdadera obra de arte nacía inexorablemente de un acto selectivo de autolimitación y este debía ser el camino para llegar a la perfección en términos artísticos.

Tal como arguyen Antonio Armesto y Claudia Liberatore podríamos decir que la arquitectura de José María Sostres proponía un modelo de formalidad para la vida, tomando la cultura como aspiración, y no al contrario, como propugnaban las versiones reductivas del funcionalismo, intentando extraer las determinaciones para el proyecto de la mera condición natural de la existencia.

El objetivo último del arte sería acabar integrándose en la vida. Y citar, consecuentemente, quizás la única manera de anclarse al destino.

Decadencia

Foro di Nerva

Las culturas tienen una vida independiente de las razas que las llevan en sí. Son individuos biológicos aparte. Las culturas son plantas. Y, como éstas, tienen su carrera vital predeterminada. Atraviesan la juventud y la madurez para caer inexorablemente en decrepitud. Estamos hoy alojados en el último estadio —en la vejez, consunción o decadencia [Untergang]— de una de estas culturas: la occidental.

ORTEGA Y GASSET, José ~ Prólogo a la traducción española de La Decadencia de Occidente, de SPENGLER, Oswald

Para muchos, los romanos debían ser seguramente unos señores con cepillo en la cabeza que iban paseándose en caballos blancos por el mundo; en ese caso, la desaparición de estos seres debe aparecer como un misterio insondable. Quizá lo más interesante de esta encantadora perspectiva es esa noción de caída del Imperio que desde hace siglos ha maravillado a los espectadores de televisión de todo el mundo y antes a eruditos como Edward Gibbon, autor en el s. XVIII de la impresionante Historia de la decadencia y caída del Imperio romano. Este libro supone el culmen de la interpretación decadentista de la historia de Roma según la cual confluyen causas externas, como las invasiones bárbaras, e internas, como la corrupción, la desidia y las conversiones al cristianismo crecientes entre los romanos, en un proceso que culmina con la deposición del último emperador de Occidente en el 476 d.C. El testimonio más clarificador de este devenir histórico lo constituiría el abandono generalizado e impresionante, por inconcebible a los ojos modernos, de las infraestructuras de la Antigua Roma, que habían requerido tantísimo trabajo para alzarse y habían acogido tanta magnificencia en su época de esplendor, y en un tiempo relativamente corto se vieron reducidas a poco más que ruinas.

No obstante, una interpretación así merece una revisión a la luz de los hechos. En lo que a nosotros interesa, el aspecto arquitectónico del asunto, suele decirse que el último monumento como tal erigido en Roma fue la columna dedicada en el Foro al emperador bizantino Focas en el 608 d.C. No obstante, pensar que este elemento, cuyos orígenes podrían remontarse realmente al s. II d.C., fue la última adición a una panorámica perfecta constituida por un conjunto de elementos estáticos añadidos a lo largo de siglos es pasar por alto, por ejemplo, que cuando ello tuvo lugar el plano del Foro se había elevado ya varios metros sobre la cota que tenía en época de Augusto. De hecho, en la discutibilísima intervención arqueológica realizada para alcanzar esta cota de forma innatural y tratando como indignos todos los estratos de ocupación humana posteriores, se han dejado a la vista los cimientos de ladrillo de la columna, evidenciando cuál era el estado de la cuestión en el momento de dedicarse el monumento. Pongámonos en situación: en el 608 ya llevaban desmontándose alrededor de medio siglo las arcadas meridionales del Coliseo para emplear el material en otros menesteres. La última caza de animales celebrada en este anfiteatro se data en el 523, y la última pelea de gladiadores, en torno al 438.

Lo que debemos entender es que en Roma no quedaba ni el dinero ni la voluntad para mantener los contenedores de una memoria que ya no existía. No había ya culto de Venus, ni de Isis, ni de los Juegos, ni del Emperador, ni de Roma; a lo sumo de Dios, la Virgen, los Santos y los Mártires. ¿Qué razón iba a tener una sociedad que vivía en un mundo que no lo representaba para mantenerlo o, mucho menos, glorificarlo? Los romanos, que fueron capaces de mantener las formalidades republicanas hasta bien entrado el s. IX, no fueron aniquilados, deportados o presa del genocidio —aunque su ciudad fue saqueada con cierta regularidad desde finales de la época imperial—; más bien, generación tras generación, en un proceso lento pero imparable y que se fue extendiendo de las capas más bajas a las más altas de la sociedad, eran otros: tenían una sensibilidad distinta, hablaban un idioma distinto y practicaban una religión distinta.

Uno de los aspectos arquitectónicos más interesantes, aparte de las vicisitudes de conservación, desmantelamiento y transfiguración de cada monumento concreto, es el maravillosamente rico proceso de relectura del espacio urbano que se produce en una urbe que está siendo literalmente abandonada a su suerte, en una época en que la ciudad como la conocemos hoy está cercana a su extinción debido a la nueva estructura de la sociedad, más volcada a la ocupación dispersa del territorio. El genial cambio de escala que sufre la nueva Roma lleva a estampas maravillosas como el aprovechamiento del Foro de Nerva para un nuevo hábitat residencial. Parece ser que en Roma pensaron en algún momento que el espacio del antiguo foro desadoquinado era un lugar perfecto para construir granjas de dos plantas con rediles y huertos, huertos que cabe suponer no tendrían excesivo éxito ya que el terreno había sido en la antigüedad una gran zona palustre.

La mentalidad moralista del s. XVIII o de algún entusiasta de la época imperial como il Duce nos saldría sin duda con que la ocupación altomedieval del Foro de Nerva resulta inapropiada e indecente, apósitos fuera de lugar que desprestigian tan insigne construcción. Pero el hecho es que ese pórtico magnificente debía representar un buen abrigo a las viviendas del sol y los vientos, y le proporcionaría un marco, un entorno urbano definido y seguro, una ciudad dentro de la ciudad. Sin duda esta ocupación simbiótica no sólo era especialmente apropiada para la época en que se llevó a cabo sino que suponía un gran avance sobre el simple abandonar a su suerte una gran explanada completamente fuera de lugar e innecesaria en su función original dada la inmensa cantidad de espacio libre de mayores dimensiones y cualificación en las cercanías.

Lo cierto y verdad es que este hábitat desapareció como llegó, y a mediados del siglo XIX poco quedaba del Foro de Nerva más allá de lo que se aprecia en la foto que encabeza el post; un pequeño recuerdo que la piqueta mussoliniana quiso dejar completamente exento para escarnio del que pasa en coche embadurnándolo de negro por la flamante Via dei Fori Imperiali, no se sabe si como remembranza de un pasado ingenuamente mejor o como testigo de qué no hacer en el futuro.

Es imposible no sentirse atraído por la idea del forno regentado por los romanos en un pórtico habilitado del antiguo Foro, en el que los estratos de terreno ya han alcanzado, como marea incontestable, cerca de la mitad de la altura original de las columnas. La capacidad innata del hombre para hacer del más inopinado lugar un lar tiene aquí todo un ejemplar perdido al que se sumarían miles de imágenes de la Roma que es, fue y será.

Desplazamiento

Lo mismo que el óptico que gradúa nuestra visión comenzando por mostrarnos las letras más gordas y separadas espacialmente, así experimenta el artista: pasando de la imagen objeto, separado y espacialista, del objeto próximo y real, a la imagen lejana de ideas, a la imagen vacía, disminuyendo la letra para que no sea un estorbo. Este es el problema: acercar o alejar.

OTEIZA, Jorge de

Pienso desde el convencimiento que sintetizar es mentir. Por ello desistía habitualmente de plasmar mis pensamientos o sentimientos, por ahorrarme de alguna manera el sobreesfuerzo y la frustración de no conseguir transcribir fidedignamente, no lo que siento o pienso en ese nuevo instante, sino lo que recuerdo de aquello en el momento justo de iniciar la escritura.

No fue hasta hace muy poco cuando reparé en que es precisamente en ese margen, en ese desacompasamiento, donde se encuentra el verdadero sentido del arte. En el sentido mismo de la palabra transcripción, en ese desplazamiento necesario que se produce de un plano, puede que mental, a otro, físico. En el desplazamiento de un lugar a otro, de un medio a otro. De un lenguaje a otro distinto, o del dibujo a la palabra y viceversa.

El hecho de verme en la necesidad de resumir[me] para ser entendido, ha provocado una recreación verosímil de aquellas sensaciones; quizás porque el sentido completo de la idea no empezó a completarse hasta el momento justo de empezar a escribir.

De la misma manera que un lanzador de esgrima enfoca a su adversario y no a su propio puño para golpear más eficazmente en el blanco, el distanciamiento respecto del proyecto, el relato en este caso, o más precisamente respecto de su contenido, permite observar la complejidad en su conjunto hasta entrever su esquema organizativo, su todo, de una manera mucho más despejada y menos artificiosa. Como si las ideas y comentarios sobre las que no reparamos diariamente permanecieran escondidas hasta el día y momento adecuado, aguardando furtivamente para atacar en el momento justo.

Proporción

Housing, Runcorn New Town 1967 , now demolished.estate social community housing homes houses architecture buildings prefabricated colourful postmodernism port-holes portholes science fiction sci-fi futuristic C014 concrete cast pillars

En julio de 1981, en la redacción del Building Design, revista británica de arquitectura, recibí una carta de James Stirling. Presentaba un recorte de artículo del Runcorn Daily News, un periódico local del noroeste de Inglaterra, en el área de Liverpool. «Espero que a sus lectores les divierta tanto como a mí», era el seco añadido de Jim. Desdoblé la hoja. El titular decía: «Policía [Police Girl] observa hombre desnudo en pose divina».

PEARMAN, Hugh ~ The naked and the demolished: the scandalous tale of James Stirling’s lost Utopia, artículo de la revista Architect, diciembre de 2010.

En 1981, un grupo de enfermeras cuyo autobús pasaba por el barrio de Southgate, en Runcorn, Inglaterra, decidió llamar a la policia. Las trabajadoras estaban cansadas del espectáculo que contemplaban todos los días: siempre a la misma hora, un hombre de 36 años padre de dos hijos se asomaba desnudo a una de las ventanas redondas de su apartamento.

La policía decidió enviar a una oficial a constatar los hechos. Su declaración en la vista para resolver la denuncia fue: «apareció allí desnudo, me saludó y sonrió». Por su parte, una de las enfermeras añadió que a veces el hombre se colocaba con los brazos y piernas extendidas. «Ciertamemente parecía Dios».

En realidad, la enfermera parecía querer referirse al famosísimo dibujo de Leonardo da Vinci, el hombre de Vitruvio, que representa una figura humana inscrita en un círculo con brazos y piernas en diversas posiciones simultáneas.

El abogado de nuestro protagonista organizó su defensa culpando al arquitecto, ya que ventanas tan excéntricas no podían servir más que para producir ese tipo de incidentes. Lo irónico del asunto es que Stirling probablemente trabajó con las proporciones humanas a la hora de diseñar los huecos, apelando al exhibicionismo de modo subconsciente.

Sea como fuere, exhibicionistas y enfermeras, ventanas redondas y cuadradas, hormigón y chapa, todo eso ha pasado a la historia porque Southgate, concebido a finales de los sesenta y construido a lo largo de la década siguiente, fue demolido a principios de los años 1990.

El Pruitt-Igoe inglés para los críticos, las lavadoras o Legoland para los inquilinos, este barrio con veinte años escasos de vida se fue por donde había venido principalmente porque la empresa que gestionaba los apartamentos pensó que sería más rentable echar abajo los pisos ya devaluados y vender los nuevos que afrontar las cuantiosas reparaciones necesarias sobre todo en el sistema de calefacción, que se demostró un desastre arquitectónico al poco tiempo y encareció de forma imprevista el precio de los alquileres.

Southgate, que venía con la Shopping City debajo del brazo, un gigantesco centro terciario a la americana que se pensaba que funcionaría como núcleo comercial atrayente de la región —otro fracaso que apuntarle al planeamiento setentero—, representaba la aparición de un hábitat de 289 hab/Ha en una pequeña localidad del noroeste de Inglaterra, un monstruo descomunal para los habitantes de Runcorn con sus calles elevadas de hormigón armado y sus casas de lata. Los pisos no se vendían —en los años 1980 la ocupación nunca estuvo por encima del 70%—; los inquilinos le echaban la culpa al ambiente degradado, el arquitecto a las normativas municipales y los plazos apresurados, los administradores a la subida del precio del petróleo, todos lo mataron y la piqueta lo derribó.

El caso es que lo que ha venido a sustituir al malogrado proyecto de Stirling no es mucho mejor. La degradación ya es palpable, y paradójicamente la dimensión más contenida del nuevo barrio —se pasó de 1300 a 554 viviendas— ha provocado carestía de vivienda social de alquiler en la región. Si los setenta no funcionaron y los noventa no están funcionando, que el recurso sorprendente -por manido- de construir casas de estilo victoriano en pleno siglo XXI sea la solución es algo que está por ver.

Manifiesto

Fehn_Venezia_1962

Me gusta evocar la imagen de un árbol cuando pienso en mi música, a medida que pasa el tiempo crece hacia arriba buscando nuevas direcciones, pero inevitablemente a su vez el árbol se alimenta profundizando más y más en sus raíces.

BRAHEM, Anouar ~ Músico y compositor tunecino.

Existe una condición intrínseca al acto de crear —o mejor al de existir, ya que se trata de la misma cosa en distinto estado de madurez— y es aquella de verse expuesto al mundo inevitablemente, a la opinión voraz y la comparación instantánea con los elementos restantes: infinitos componentes de un conjunto en constante cambio cuyo pasado no hace más que crecer.

Pasa, por tanto, que crear es congelar nuestro presente para aportarlo al futuro imaginario de comparaciones, algo así como aportar nuestro granito de arena a la altura del listón de la humanidad que viene. La arquitectura, como la vida, trata de explicitar preferencias y basta olvidar esto un solo instante para echarlo todo a perder. No cabe la posibilidad de resolver un problema asépticamente, cada proyecto es, lo queramos o no, un manifiesto.

Sverre Fehn, posible y paradójicamente el Pritzker menos mediático, tenía esto bastante claro y en cada obra demostraba el pensamiento que lo acompañó durante toda su vida. Fehn proponía que la única manera de entablar una conversación con la historia era poner de manifiesto lo nuevo, su presente; si por el contrario decidiéramos correr tras el pasado, jamás conseguiríamos si quiera darle alcance.

Umbral


La palabra «umbral» [soglia] no significa solo la línea de tránsito entre la calle y el interior de la casa, sino que al mismo tiempo se usa en sentido metafórico para indicar un límite entre lo interior, lo que pensamos, lo que vemos, lo que podemos llegar a ver, lo que debemos ver y lo que en última instancia vemos y determina una realidad que puede ser compartida, o sea entre nuestro interior y la observación del mundo.

GHIRRI, Luigi ~ Lecciones de  fotografía, clase del 19.01.1990.

¿Qué mejor forma de comenzar a escribir que escribiendo sobre comienzos?

El punto en el que uno está dentro o fuera, empieza o acaba, nace o muere, es un umbral. Umbral es una palabra que remite, si no etimológicamente en sentido estricto, sí en otros muchos a la idea de sombra (umbra), de paso del abierto al cerrado, de la naturaleza al refugio, a estar a cubierto.

En cambio, la palabra italiana que vendría a ser su equivalente, soglia, nos dirige en una dirección complementaria, la del suelo, el pavimento distintivo que nos indica que nos encontramos en un hogar.

Es nuestro deseo apropiarnos de dicha ambivalencia y hacer pasar por el umbral de este blog todo tipo de objetos: antiguos, modernos, comunes, extraños, etéreos, físicos, en la esperanza de que el tránsito será una experiencia de por sí interesante y abierta a dar cobijo a todo aquel que quiera detenerse y mirar a través.