Las generaciones nacen unas de otras, de suerte que la nueva se encuentra ya con las formas que a la existencia ha dado la anterior. Para cada generación, vivir es, pues, una faena de dos dimensiones, una de las cuales consiste en recibir lo vivido —ideas, valoraciones, instituciones, etc.— por la antecedente; la otra, dejar fluir su propia espontaneidad. […]
[…] Ha habido generaciones que sintieron una suficiente homogeneidad entre lo recibido y lo propio. Entonces se vive en épocas cumulativas. Otras veces han sentido una profunda heterogeneidad entre ambos elementos, y sobrevinieron épocas eliminatorias y polémicas, generaciones de combate. En las primeras, los nuevos jóvenes, solidarizados con los viejos, se supeditan a ellos: en la política, en la ciencia, en las artes siguen dirigiendo los ancianos. Son tiempos de viejos. En las segundas, como no se trata de conservar y acumular, sino de arrumbar y sustituir, los viejos quedan barridos por los mozos. Son tiempos de jóvenes, edades de iniciación y beligerancia constructiva.
ORTEGA Y GASSET, José ~ El tema de nuestro tiempo
En la imagen que abre el post hay dos tipos de edificios que representan dos formas de afrontar la arquitectura y de entender la ciudad muy diferentes. Sin embargo, entre ambos mundos la cisura no excede la década. Comparten digamos el mismo espacio físico y temporal, pero son obra de mentalidades, de generaciones, distintas.
Hay una trampa en la fotografía, y es que puede hacer pensar que el edificio de cristal, más moderno, fue construido después que los que lo circundan, de estilo más clásico; pero aunque los primeros pasos para la construcción de estos últimos se dieron en torno a 1915 con el plan para el desarrollo de Amsterdam Zuid, lo cierto y verdad es que cuando la Escuela Libre de Ámsterdam fue construida, entre 1926 y 1930, ocupaba un solar vacío. Porque las cosas, por suerte, son siempre más complejas de lo que aparentan.
No se trata aquí de hacer apología de lo «moderno» o lo «no-moderno» —entre otras cosas porque un análisis más severo del que es nuestra intención hacer podría deparar sorpresas sobre la modernidad o banalidad de las arquitecturas que se dan por hecho que son o bien vanguardistas o bien retrógradas—, sino de acercarnos al fenómeno de la coexistencia, alternancia y sucesión, en el espacio de pocos años y en una nación como los Países Bajos sin cambios culturales bruscos en el período que nos ocupa, de lo que se ha venido en llamar dos generaciones de arquitectos tenidas a posteriori por radicalmente diferentes.
Seguiremos la literatura existente al respecto al designar como primera generación al grupo más o menos cohesionado que forman arquitectos como J. M. Van der May, M. de Klerk y H. P. Berlage (operativos sobre todo en los años 10); mientras que por segunda generación entendemos la compuesta, entre otros, por J. Brinkman, J. Duiker y J. J. P. Oud (que descollan a partir de los años 20).
No obstante el salto estético y tecnológico entre unos y otros, que es lo que en suma los hace pertenecer a escuelas distintas, es posible establecer fuertes lazos comunes entre ellos y cabe hablar de vanguardia arquitectónica tanto en los primeros como en los segundos. Porque en ambos hay un esfuerzo importante por cambiar profundamente el concepto de vivienda y de ciudad; se quiere incorporar, con escasos recursos, el trabajo arquitectónico al compromiso por mejorar la calidad de vida no ya del cliente, sino de toda la sociedad. Es un trabajo nuevo y por tanto experimental.
La gran aportación de la vanguardia holandesa es no limitarse a la formalización de la vivienda, sino abarcar la vida completa de la clase trabajadora. Se piensa la nueva ciudad, que no tiene por qué ir en contra de la tradicional; se busca complementar los espacios metropolitanos, el comercio y bullicio con otros donde se introduce el mundo rural, zonas verdes y tranquilas, siempre públicas. Para llevar a la clase trabajadora, cuya idea habitacional es la casa unifamiliar, al bloque colectivo, los arquitectos necesitan elaborar una serie de herramientas más o menos complejas que solucionen la transición desde la vivienda individual. Estamos muy lejos de la fría imposición de unos módulos estandarizados e inertes a personas de toda clase y condición, que serán embaladas dentro del mismo paquete en cantidades industriales a partir de la Guerra; aquí hay una sensibilidad, un sentido de dignidad de la clase trabajadora que hace a los arquitectos trabajar por ofrecerles un lugar mejor dentro del tejido urbano y social.