Este es el tercero de un grupo de tres textos que exploran diversos aspectos de la obra de Fiódor M. Dostoievski Los hermanos Karamázov. El primero puede leerse aquí, y el segundo aquí.
La culpa
Los hermanos Karamázov es un largo, detallado y preciso ejercicio sobre la noción de culpa, en toda su fenomenología. Los cuatro hijos son culpables. Mitia es el culpable moral: deseaba y le convenía la desaparición de su padre, lo atacó y amenazó de muerte por escrito y verbalmente ante otras personas. Iván es el culpable indirecto: sus teorías alientan a Smerdiákov a cometer el crimen o, al menos, a que la acción no le resulte moralmente penosa. Además es culpable por omisión, ya que se marcha de casa el día después del asalto de Mitia, casi esperando que el siguiente paso tenga lugar. Smerdiákov, claro, es el culpable material. Pero incluso Aliosha es culpable, culpable por inacción, por interactuar con todos los demás personajes y contemplar cómo se van sucediendo los acontecimientos sin hacer nada que impida el dramático desenlace.
A veces da la impresión de que Aliosha es reducido a su mínima expresión, que sirve poco más que como vehículo de la trama para llevarla en una u otra dirección y poner en contacto las distintas subtramas y personajes (no en vano, es el único que está presente en todas las grandes digresiones del libro: la historia de la vida del padre Zósima, El Gran Inquisidor, Los chicos, etc.). Este tipo de personaje, al cual Nabokov llama perry, podría tener su paralelo en Ana Karénina con los Oblonski (Stiva y Dolly), la pareja que por sus lazos familiares (él es hermano de Ana y ella, de Kitty) sirve de bisagra entre las dos relaciones que llevan el peso de la novela.
Pero volviendo al análisis de Los hermanos Karamázov, quisiera detenerme ahora en el Libro Sexto, Un monje ruso. Como ya se ha mencionado, aquí se hace un paréntesis en la trama principal para contarnos la vida y enseñanzas del padre Zósima, tal como las relató poco antes de morir. Este largo inciso, del que algunos han llegado a decir que «se podría haber eliminado de la novela sin restarle nada» (Nabokov, p. 258), es, por el contrario, parte clave del entramado de la obra precisamente porque es donde con mayor claridad se percibe la lógica de muñeca rusa con la que se desenvuelve la historia. Los grandes temas tratados a lo largo del libro aparecen aquí como en una versión reducida, de prédica monacal (p. 463):
Mi joven hermano pedía perdón a los pájaros: parecía algo carente de sentido, pero tenía razón, porque todo es como un océano, todo fluye y se relaciona, tocas en un punto y repercute en otro confín del mundo.
Aquí están la ofensa de Mitia al padre de Iliusha que coadyuvará a su convalecencia y muerte; la infancia de Smerdiákov, maltratado por el sirviente Grigori; el efecto inopinado de las diatribas de Iván sobre la mente de Smerdiákov; en fin, el desapego paterno que sale a relucir en todos los hermanos, que habían sido abandonados a su suerte en la niñez. De especial importancia es el episodio, también narrado por el monje, del hombre que había acudido a él para confesarle un crimen cometido catorce años antes. Por supuesto, el tema principal de esta historia vuelve a ser la culpa, pero además aparecen otras casuísticas que pueden pasar desapercibidas en el relato menor aun siendo eco de lo que luego ocurrirá en la trama principal: el deseo de asesinato que se ve frustrado, el robo como principal prueba del delito y la transformación de la aflicción psíquica en física, que en Dostoievski es un mecanismo frecuente (quizá demasiado) para hacer avanzar la historia y será explorado con todo lujo de detalles en las tramas de Iván e Iliusha.
De boca del padre Zósima oímos también la idea que permea todo el espíritu del libro, que podría resumirse en que todos somos responsables de los pecados de todos (p. 244):
Pues habéis de saber, amados hermanos, que cada uno de nosotros, en particular, es culpable, indudablemente, por todos los hombres y por cada persona de la tierra.
Cualquier buena acción alumbra las de los demás; del mismo modo, toda mala acción, por ínfima que sea, presenta repercusiones inesperadas. Al instigar Smerdiákov la travesura de Iliusha, provoca la desaparición del perro y que sus amigos le den la espalda, sumiéndolo en un estado depresivo; la humillación infligida por Mitia al viejo Sneguiriov, su padre, es el decisivo en la serie de acontecimientos que desemboca en la enfermedad del niño (p. 764): «Si estoy enfermo, papá, es porque maté a la Zhuchka, Dios me ha castigado.». Iliusha es el personaje en que vienen a cobrarse castigo, de forma directa o indirecta, las culpas de todos los demás: Fiódor, Smerdiákov, Iván, Mitia, Grúshenka, Kolia. Así, mientras Dostoievski centra la atención en el crimen por el que Mitia está siendo moral y legalmente juzgado en un proceso cuya suerte conocemos de antemano, el final golpea en la cara al lector y lo saca de la grandilocuencia y el falso suspense de la sala del tribunal para que comprenda que el auténtico crimen humano cometido por Dmitri y por todos es la muerte de Iliusha, que culmina el libro en una escena memorable.
No es descabellado pensar que Dostoievski ensayara en Los hermanos Karamázov la posibilidad de producir la obra total, aquella que se aproxima con ambición desmedida a la realidad, examinándola desde todos y cada uno de sus aspectos y puntos de vista: la existencia biológica, la moral, la religión, el amor, el tiempo… De este modo se entienden mejor los distintos mecanismos narrativos puestos en marcha, a veces por fuerza opuestos entre sí. ¡Y cuánto más interesante no resulta entonces el hecho paradójico de que la obra total haya resultado ser una obra incompleta!
Días esperando a terminar éste maravilloso libro ( creo que el mejor que he leído en mi vida) para poder leer éstos maravillosos textos que le dedica. Muchas gracias!